La convergencia entre la investigación y la academia abre un amplio horizonte de posibilidades para la generación de conocimiento, con el potencial de aportar beneficios significativos y avances trascendentales para la sociedad, señala Lucía Alvarado Arnez, coordinadora nacional de Investigación de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, quien destaca la importancia de esta relación y los desafíos que enfrenta en la región.
La bióloga, quien además es miembro del Capítulo Bolivia de la Organización para las Mujeres en Ciencia para el Mundo en Desarrollo, apunta que la colaboración entre la academia y la investigación puede propiciar descubrimientos clave y ofrecer soluciones a problemas complejos, como se evidenció durante la emergencia global provocada por el Covid-19.
“La investigación por medio de metodologías sistemáticas genera evidencias con sustento robusto y conclusiones que pueden contribuir a responder preguntas bien definidas. Es allí donde radica la importancia de la investigación como una fuente de generación de conocimientos básicos o aplicados que contribuyen a las más diversas áreas”, explica Alvarado.
Sin embargo, la académica subraya que para maximizar el impacto de esta simbiosis, es crucial fomentar la coordinación entre docentes, investigadores y estudiantes, para estructurar grupos de investigación capaces de abordar problemas de relevancia local, nacional y global.
Además, para que esta relación sea verdaderamente efectiva, advierte, es necesario superar uno de los mayores desafíos: la falta de inversión en investigación y desarrollo (I+D), un obstáculo que limita el progreso en la región.
Sobre la inversión en I+D, el informe “El estado de la ciencia”, publicado en 2023 por la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) y la Unesco, revela una alarmante disparidad en la inversión en I+D entre América Latina y los países desarrollados.
En la región apenas se destina el 0,61% del Producto Interno Bruto (PIB) a esta área. Por otro lado, Estados Unidos, Japón, Alemania y Finlandia, invierten en torno al 3% de su PIB. Brasil es el único país latinoamericano cuya inversión representa más del 1%.
En este contexto, Alvarado resalta que la academia actúa como un brazo articulador para la investigación en tres etapas clave. Primero, fomenta competencias investigativas entre su profesorado, quienes luego transmiten este conocimiento. En una segunda etapa, los docentes se convierten en mentores, incentivando en los estudiantes un enfoque analítico y dinámico en la resolución de problemas.
Finalmente, la academia debe formar grupos de investigación con líneas temáticas bien definidas, capaces de liderar proyectos multidisciplinarios que aborden desafíos locales y globales.
“La academia, por medio de las instituciones de educación superior, representa uno de los nichos preferenciales para el desarrollo de la investigación y la generación de conocimiento de impacto para la sociedad”, reflexiona.
Alvarado subraya que tanto la academia como la investigación son fundamentales para la generación de conocimiento que beneficie a las sociedad, pero ambas ven barreras en la inversión económica que se destina a ambas.
“Solo con mayor inversión y compromiso podremos aprovechar esta sintonía entre academia e investigación para generar conocimiento que transforme la sociedad de manera positiva y sostenible”, concluye.