Inteligencia emocional en el aula: el poder del docente

La enseñanza va más allá de la simple transmisión de conocimientos. Un docente no solo orienta a sus estudiantes en el ámbito académico, sino que también se convierte en un referente emocional dentro del aula. En este contexto, la inteligencia emocional (IE) emerge como una herramienta fundamental para promover un aprendizaje integral, donde el bienestar emocional y el rendimiento académico se refuerzan mutuamente.
“La inteligencia emocional es clave en muchos aspectos de la vida, desde las relaciones personales hasta el entorno laboral, ya que mejora la comunicación, reduce los conflictos y fomenta una mayor colaboración y bienestar. En este sentido, las universidades han asumido el reto y compromiso de formar a sus estudiantes en habilidades propias de inteligencia emocional para contribuir al desarrollo de su profesión”, explica Estefanía Carrión, docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
En la misma línea, el psicólogo Daniel Goleman, creador del concepto, señala que esta habilidad se compone de cinco pilares fundamentales: autoconciencia, autorregulación, motivación, empatía y habilidades sociales. Su importancia trasciende el ámbito personal, pues influye en la manera en que las personas se relacionan con su entorno, toman decisiones y enfrentan desafíos.
Uno de los principales retos que enfrentan los docentes dentro del aula es la gestión de sus propias emociones. La enseñanza es una profesión que implica altos niveles de estrés, desafíos constantes y la necesidad de manejar situaciones imprevistas. En este sentido, un docente con una inteligencia emocional desarrollada es capaz de controlar sus emociones, evitar reacciones impulsivas y actuar con serenidad ante conflictos o dificultades. Esto no solo beneficia su desempeño profesional, sino que también contribuye a generar un ambiente de aprendizaje más positivo.
“En el caso de los docentes, su impacto es aún más significativo, ya que su nivel de inteligencia emocional no solo influye en su bienestar individual, sino también en el de sus estudiantes”, acota Carrión.
La experta indica que los docentes son modelos a seguir para sus estudiantes. Su forma de comunicarse, resolver conflictos y manejar la presión influye directamente en la manera en que los alumnos enfrentan sus propias emociones. Un profesor que demuestra empatía, autocontrol y motivación fomenta en sus estudiantes actitudes similares, promoviendo un ambiente de respeto y colaboración.
“Un docente con altos niveles de inteligencia emocional permite que el estudiante desarrolle no solo sus conocimientos, sino también sus emociones. Esto, a su vez, genera compromiso, fortalece la empatía y fomenta el reconocimiento de las emociones en los demás”, agrega.
Impacto en el rendimiento
El impacto de la inteligencia emocional en el rendimiento académico es innegable. Un estudiante que se siente comprendido y apoyado por su docente se muestra más receptivo al aprendizaje, mejora su capacidad de concentración y desarrolla mayor seguridad en sí mismo.
Un ambiente educativo positivo reduce los niveles de ansiedad y estrés, permitiendo que el proceso de aprendizaje fluya de manera más efectiva. Cuando un profesor es capaz de identificar las emociones de sus alumnos, puede adaptar su metodología para responder mejor a sus necesidades, facilitando así el aprendizaje y la participación en clase.
Carrión señala que, para fortalecer su inteligencia emocional, los docentes pueden adoptar diversas estrategias:
- Participar en programas de formación en inteligencia emocional desde el inicio de su carrera docente. Esto les ayudará a adquirir habilidades esenciales para aplicar en su práctica profesional y en el proceso de aprendizaje de los estudiantes.
- Desarrollar la capacidad de comunicar y expresar emociones positivas en el aula, fomentando un ambiente de intercambio de experiencias y motivación entre docentes y estudiantes.
- Escuchar activamente a los estudiantes y atender a sus necesidades emocionales, promoviendo la empatía y la apertura.
- Educar sobre la importancia de la motivación y las emociones, integrando estas habilidades en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
La experta indica que la educación del futuro debe ir más allá del aprendizaje académico y enfocarse en la formación integral de los estudiantes.
“En este proceso, los docentes juegan un papel determinante, ya que su capacidad para gestionar emociones influye directamente en la experiencia educativa de sus alumnos. Un docente emocionalmente inteligente no solo mejora su propio bienestar, sino que también transforma el aula en un espacio de crecimiento”, concluye.