Consumo digital consciente: cómo frenar el doomscrolling y disfrutar de la tecnología de manera saludable

Deslizar la pantalla hacia abajo parece un gesto inofensivo. Sin embargo, cada scroll activa una pequeña recompensa inmediata en el cerebro, similar a una descarga de dopamina. Esta gratificación instantánea explica por qué resulta tan difícil soltar el teléfono. Cuando esa dinámica se combina con la exposición continua a noticias negativas, surge el fenómeno del doomscrolling o consumo compulsivo de información dañina que deteriora la salud mental, que eleva los niveles de ansiedad y genera adicción a la inmediatez digital.

“El uso excesivo de la tecnología puede tener varios efectos negativos en la salud mental. Los más comunes son la ansiedad y el estrés, ya que la constante conectividad y la sobrecarga de información pueden aumentar estos niveles”, advierte Liudmila Loayza, directora de la carrera de Psicología en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

Los estudios muestran que, en promedio, un usuario consulta su celular más de 200 veces al día, con un uso acumulado cercano a cinco horas diarias. El problema no es solo la cantidad de tiempo invertido, sino la calidad de los contenidos que se consumen y la forma en que se interactúa con ellos. 

Estar expuesto a un flujo constante de titulares alarmantes y publicaciones tóxicas coloca al cerebro en estado de alerta permanente, dificultando la desconexión, el descanso y la concentración. Con el paso del tiempo, el doomscrolling puede alterar el sueño, incrementar el estrés y afectar las relaciones personales.

Frente a este panorama, especialistas como Loayza coinciden en la necesidad de replantear nuestra relación con la tecnología. La clave está en pasar de un uso compulsivo a un consumo digital consciente, como elegir de manera deliberada los contenidos, establecer límites y priorizar aquellas interacciones que generan bienestar en lugar de angustia. 

“Las redes sociales influyen en la autoestima y el bienestar emocional. La comparación social es una de las más significativas, ya que ver las vidas idealizadas de otros puede llevar a sentimientos de insuficiencia”, explica la psicóloga.

Adoptar una mirada más crítica sobre lo que consumimos en internet permite, por ejemplo, sustituir el doomscrolling por el hopescrolling: la búsqueda intencional de publicaciones que inspiran, motivan y aportan esperanza. Para lograrlo, se recomienda comenzar con acciones sencillas como fijar un límite de tiempo para leer noticias (diez minutos por la mañana y otros diez por la noche, por ejemplo) y bloquear las aplicaciones informativas fuera de ese horario. En casos más severos, eliminar aquellas plataformas que generan mayor ansiedad puede ser una decisión saludable.

Otro paso clave es gestionar las notificaciones. Cada aviso en la pantalla actúa como un disparador para revisar el dispositivo y prolongar el tiempo frente a él. Desactivarlas reduce los estímulos externos y permite un control más consciente del uso del celular. En paralelo, curar el propio feed también resulta fundamental: seguir cuentas de medios dedicados a buenas noticias, proyectos culturales, artistas o divulgadores científicos facilita que los algoritmos recomienden contenidos positivos, transformando poco a poco la experiencia digital.

La autovigilancia emocional es otra herramienta poderosa. Hacerse preguntas como “¿cómo me siento frente a esta pantalla?”, “¿cuánto tiempo llevo conectado?” o “¿qué busco en este contenido?” ayuda a detectar si el consumo digital se está volviendo nocivo. 

Según Loayza, el impacto de la tecnología varía según edad y contexto: en jóvenes puede afectar el desarrollo social y emocional, mientras que en adultos tiende a provocar estrés crónico, baja autoestima o incluso lo que la Organización Mundial de la Salud denomina burnout digital, una fatiga emocional derivada del uso excesivo de dispositivos.

No se trata de renunciar a la tecnología, sino de aprender a integrarla de forma que potencie la creatividad, la alegría y el acceso a información constructiva. Reemplazar, aunque sea de manera ocasional, el doomscrolling por el hopescrolling constituye un primer paso hacia una rutina digital más equilibrada. Con el tiempo, estas prácticas pueden convertirse en hábitos firmes que fortalezcan el bienestar mental.

El consumo digital consciente no elimina las recaídas: habrá días en que el impulso de revisar de manera compulsiva se imponga. Sin embargo, identificar esos momentos también es parte del aprendizaje. Cada desliz ofrece la oportunidad de retomar el control y recordarnos que la tecnología debe estar a nuestro servicio, no al revés.

Dar un respiro a la mente es una forma de autocuidado indispensable. El desafío no es dejar de scrollear, sino aprender a hacerlo de manera más saludable.

Fuente: Liudmila Loayza, directora de la carrera de Psicología en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

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