Amar, aprender, resolver, crear y transformar: la importancia de vivir una niñez plena

En los primeros años de vida se gesta mucho más que el crecimiento físico; se define la forma en la que una persona amará, aprenderá, resolverá problemas, creará y transformará su entorno. De allí la importancia de garantizar una niñez plena, entendida como un periodo protegido, acompañado y lleno de oportunidades para descubrir el mundo en un ambiente seguro.
“La niñez es la única etapa en la que podemos intervenir estructuralmente en el desarrollo emocional de una persona”, señala Rodrigo Sánchez, docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz. Según el especialista, esta fase crítica es el cimiento sobre el cual cada ser humano construye su visión del mundo, sus vínculos afectivos y su capacidad para afrontar la vida.
Este 12 de abril, como cada año, se celebra el Día del Niño Boliviano, una fecha instituida el 11 de abril de 1955, bajo la presidencia de Víctor Paz Estensoro.
Bolivia escogió, como día del festejo, la misma fecha de la promulgación de la Declaración de Principios Universales del Niño, En el país, esta celebración fue también una forma para rendir homenaje a dos pequeños héroes de la Guerra del Pacífico: Genoveva Ríos y Juan Pinto Cabrera, más conocido como Juancito Pinto.
La importancia de la niñez
Durante la infancia se forman los llamados esquemas cognitivos básicos, que son creencias fundamentales como “soy valioso” o “no soy suficiente”, “el mundo es seguro” o “es hostil”. Estas ideas, reforzadas por la familia y el entorno escolar, definen cómo ese niño interpretará los hechos, gestionará sus emociones y enfrentará los retos del futuro.
Un ejemplo ilustrativo: un niño que puede llorar sin ser juzgado y encuentra al adulto dispuesto a mirarlo a los ojos para consolarlo, aprenderá que la tristeza es válida y que buscar ayuda es seguro. Ese niño, ya adulto, no necesitará gritar para ser escuchado ni huirá de los conflictos emocionales.
“Las primeras experiencias de vida modelan no sólo nuestros vínculos con los demás, sino la forma en que nos relacionamos con nosotros mismos. En la niñez, cuando uno cuenta con adultos emocionalmente disponibles, coherentes y amorosos, desarrolla una base segura desde la cual explorar el mundo, lo que ayuda a la autorregulación emocional, autoestima y confianza. Pero esto no significa que no haya errores, sino que hay reparación, presencia y validación”, explica Sánchez.
Niñez plena: el motor del desarrollo emocional y social
Un entorno sano durante la niñez tiene efectos profundos en el desarrollo neurológico y emocional. Según estudios del Centro de Desarrollo Infantil de Harvard, los niños criados en entornos positivos tienen menos probabilidades de desarrollar ansiedad o depresión en la adultez, y tienden a mostrar mejor desempeño académico y profesional, así como relaciones interpersonales más estables y saludables.
En este marco, el juego libre y la exploración se consolidan como herramientas insustituibles. Estas actividades estimulan la formación de conexiones cerebrales —o sinapsis— en áreas vinculadas con la creatividad, el razonamiento lógico y la regulación emocional.
La seguridad emocional actúa como un fertilizante para la creatividad. Cuando el niño sabe que puede equivocarse sin ser ridiculizado, o que sus preguntas extrañas serán recibidas con interés y no con burla, se siente libre para explorar, imaginar y crear.
La curiosidad, natural en la infancia, se convierte así en el motor del aprendizaje permanente. Dibujar sin críticas, inventar historias o construir mundos imaginarios no son meras distracciones: son las bases del pensamiento divergente, de la innovación y de la confianza en la propia voz. Estos niños, mañana, serán adultos capaces de liderar cambios.
Los riesgos de una infancia acelerada
No permitir que los niños sean niños tiene consecuencias. Una infancia apresurada —marcada por la sobreexigencia académica, la adultización precoz o la sobreexposición digital— limita el desarrollo emocional y afecta la salud mental. La falta de juego físico, por ejemplo, se relaciona con el sedentarismo, la obesidad infantil y el déficit de atención.
“La pérdida de espacios no estructurados impide el aburrimiento, que paradójicamente es un factor clave en el desarrollo de la creatividad. Un horario excesivamente controlado deja poco lugar a la improvisación, la sorpresa y el descubrimiento, que son esenciales en la infancia”, explica el experto.
Sánchez agrega que jugar no es solo divertirse; es una forma de aprender a vivir con los demás. A través del juego, los niños desarrollan empatía, aprenden a negociar, respetar turnos, resolver conflictos y convivir con la diversidad.
Además, el juego introduce normas, promueve la cooperación y permite el desarrollo de una autonomía saludable. Estas experiencias tempranas moldean a ciudadanos más tolerantes, responsables y participativos.
Un ecosistema delicado
La Convención de los Derechos del Niño (1989) reconoce el derecho al juego, al descanso y a la recreación como fundamentales. Sin embargo, no basta con que estos derechos existan en el papel. La sociedad en su conjunto —familias, escuelas, gobiernos y comunidades— debe garantizar que cada niño tenga acceso a una infancia digna y enriquecedora.
“Cuidar la niñez es una responsabilidad compartida. Las políticas públicas, la infraestructura urbana y la cultura familiar deben alinearse en ese propósito: crear entornos seguros, permitir el juego libre, y establecer límites saludables que acompañen al niño en su proceso de crecimiento”, agrega Sánchez.
Cada cuento antes de dormir, cada tarde de juegos en el parque, cada momento de conexión emocional con un adulto significativo deja huellas profundas. La infancia no es un preámbulo a la vida adulta, es el terreno donde se siembran las semillas de la salud mental, la creatividad, el liderazgo y la capacidad de transformación.
Como decía la pedagoga María Montessori, “el juego es el trabajo del niño”. Y como tal, merece respeto, protección y celebración. Porque, al final, robarle la infancia a un niño es robarle el futuro antes de que pueda imaginarlo.