Peligroso auge de las bebidas energéticas entre adolescentes
Jorge López
Colores llamativos, slogans pegajosos y campañas agresivas, el mercado de bebidas energéticas crece como la espuma y ha generado un fenómeno alarmante, es aumento de su consumo ha crecido de manera alarmante entre los adolescentes en los últimos años. Estos productos prometen energía rápida y mayor concentración, pero su ingesta frecuente afecta el corazón, altera el sueño y puede provocar problemas de salud graves. Especialistas advierten que la educación y la regulación son claves para proteger a los jóvenes de estos riesgos.
“En adolescentes puede producir alteraciones del ritmo cardíaco, hipertensión y trastornos del sueño que afectan tanto el rendimiento académico como la estabilidad emocional. Los jóvenes no perciben el daño inmediato, pero estos efectos se acumulan y pueden generar problemas a largo plazo”, explica Luis Oporto, docente de la carrera de Medicina en la Universidad Franz Tamayo (Unifranz).
Estas bebidas contienen cafeína, taurina y otros estimulantes que generan un efecto temporal de energía. Sin embargo, el consumo repetido provoca ansiedad, palpitaciones y fatiga crónica. En adolescentes, cuyos cuerpos aún se desarrollan, la exposición constante a estos estimulantes puede afectar la presión arterial y la función cardíaca, aumentando el riesgo de complicaciones graves.
“El consumo creciente de bebidas energéticas en adolescentes constituye un problema de salud pública. Se relaciona con insomnio, ansiedad, fatiga crónica y dificultades de concentración, afectando tanto la salud física como la emocional. La prevención y la educación son fundamentales para minimizar estos riesgos”, advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El consumo excesivo también altera los patrones de sueño, provocando insomnio y despertares nocturnos. Esto genera un círculo vicioso: los adolescentes recurren a más bebidas para mantenerse despiertos, aumentando los riesgos cardiovasculares y afectando su capacidad de concentración, aprendizaje y bienestar emocional durante el día.
“El riesgo no solo es físico, también se observa un impacto en la salud mental. Los adolescentes que consumen estas bebidas de forma habitual presentan mayor irritabilidad, ansiedad y cambios de humor. La prevención debe enfocarse en educar a los jóvenes y a sus familias sobre estos riesgos”, indica Oporto.
Claves para un consumo responsable y prevenir los riesgos de las bebidas energéticas
Para reducir estos riesgos, el estrés constante puede desgastar tanto la mente como el cuerpo, pero existen estrategias que ayudan a reducir su impacto. Aquí algunas recomendaciones clave que pueden marcar la diferencia, según la OMS:
Reconoce los efectos: identifica los síntomas de consumo excesivo: palpitaciones, nerviosismo, insomnio o fatiga. Tomar conciencia de estas señales ayuda a detener el consumo antes de que afecte la salud de manera grave.
Limita la ingesta: evita beber más de una lata al día y nunca mezcles estas bebidas con alcohol. La American Heart Association recomienda establecer límites claros y enseñar a los jóvenes que la energía verdadera proviene de hábitos saludables.
Mantén hábitos de sueño: dormir al menos 7–8 horas mejora la concentración y reduce la necesidad de estimulantes. La educación temprana sobre la importancia del sueño es crucial para el bienestar integral.
Hidratación y alimentación equilibrada: beber suficiente agua y consumir frutas, verduras y proteínas proporciona energía natural y protege el corazón y el sistema nervioso. Sustituir los energizantes por alternativas saludables es fundamental.
“El uso frecuente de estas bebidas puede alterar la presión arterial, provocar arritmias y afectar el ritmo circadiano en adolescentes. La prevención debe basarse en información, regulación y hábitos de vida saludables que reduzcan la exposición a estos riesgos”, concluye el doctor Oporto.
La fiebre de las bebidas energéticas entre adolescentes no es una moda inofensiva. Sus efectos sobre el corazón, el sueño y la concentración convierten este fenómeno en un problema de salud pública que requiere intervención educativa, regulatoria y familiar. Con información y hábitos saludables, es posible proteger la salud integral de los jóvenes.