Los pulmones emocionales de la ciudad: la urgencia de salvar los espacios verdes

By Leny Chuquimia

En medio del bullicio, el smog, el tráfico incesante y un ritmo de vida que avanza acelerado, las ciudades parecen respirar menos cada día. Pero lo que realmente está en juego no es solo la calidad del aire, sino también la salud mental de sus habitantes.


En las urbes, los espacios verdes se revelan como pulmones emocionales, oasis posibles para quien busca alivio, calma y una pausa verdadera. Son una apuesta por recuperar lo que tiene valor para vivir mejor.


“El ser humano es un ser biopsicosocial. Eso quiere decir que, en la parte biológica, pertenece a la naturaleza y, al igual que otros mamíferos, necesita estar en contacto con ella para poder vivir. El efecto que tienen los espacios abiertos como el campo, los bosques o los parques es beneficioso para el estado de ánimo de cualquier persona”, señala Liudmila Loayza, directora de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.


En este contexto, Unifranz impulsa el proyecto Ciudades Verdes, que comenzó a nivel nacional el 1 de octubre. La propuesta no es menor: 5.000 árboles en un año en cuatro ciudades -La Paz, El Alto, Cochabamba y Santa Cruz- y cientos de voluntarios que se convertirán en guardianes verdes.


Naturaleza, mente y ciudad


Las cifras muestran un país inquieto. De acuerdo con el Sistema Nacional de Información en Salud – Vigilancia Epidemiológica (SNIS-VE) del Ministerio de Salud, en 2021, tras una fuerte cuarentena por la pandemia, Bolivia registró 69.303 casos vinculados a salud mental, entre ansiedad, episodios psicóticos, consumo problemático de sustancias y depresión.


Ante este panorama, Loayza afirma que la exposición a la naturaleza no es opcional. Es paliativo y preventivo frente al estrés cotidiano, la ansiedad y el vértigo digital que va afectando a niños, jóvenes y adultos.


Sostiene que los espacios verdes son mucho más que decoraciones, son escenarios activos de salud mental. Escuchar el viento que mueve suavemente las hojas, oír el canto de los pájaros y sentir el aire fresco son estímulos que regulan la pulsación del corazón, bajan la tensión nerviosa y calman la mente.


Los niños y adolescentes: herederos del cemento


Quizá donde más urgente se siente el déficit verde es en la infancia. Loayza destaca que los más jóvenes dependen mucho más de las pantallas cuando no tienen dónde correr, dónde escuchar el canto de los pájaros, dónde sentir la sombra de un árbol sin salir de su barrio.


Esa dependencia puede generar ansiedad cuando pierden acceso a internet o al celular. También se reducen las oportunidades de juego libre, de creatividad y de calma emocional que solo lo natural puede brindar.


“Estamos atravesando una crisis, tal vez situacional. Existe una especie de adicción al teléfono celular. Muchas personas sienten que si no están conectadas con su entorno virtual no existen. Y ya se ve desde más temprana edad: cuando están sin el teléfono pueden sentir ansiedad. Estar en un entorno natural puede ayudar a dejar de depender de estos artefactos”, reflexiona la profesional.


El verde que calma lo que parece irreparable


Loayza recuerda que sentir cómo el aire cambia o cómo la vista se despeja son experiencias que calman la mente y reducen los pensamientos agitados. Explica que cuando caminamos bajo árboles o aprovechamos un jardín público, algo ocurre: el sistema nervioso se regula, los pensamientos acelerados se aquietan.


Estudios internacionales lo respaldan: existe evidencia creciente de que la exposición, aunque breve, a entornos naturales reduce los síntomas depresivos, mejora el ánimo y disminuye los niveles de cortisol, la hormona del estrés. En Guangzhou, China, se comprobó que los espacios verdes urbanos, incluso los visibles en calles, están correlacionados con un mayor bienestar psicológico de los habitantes.


Otro metaanálisis concluye que basta con poco tiempo en entornos naturales para notar mejoras en estados de ánimo depresivos: menos rumiaciones mentales, menor angustia y una mayor sensación de alivio.


El silencio detrás del ruido


La carencia de espacios verdes es también una ausencia de pausas. En una casa, en un barrio, en una ciudad, la constante exposición al ruido, al tráfico y al smog deja huellas invisibles: corazones que laten más rápido, mentes que giran sin freno o noches alteradas. Loayza sugiere que la naturaleza actúa como contrapeso: regula la frecuencia cardíaca, alivia la inquietud y ofrece una fuga interior frente al ruido urbano.


Las ciudades con mayor superficie verde por habitante tienden a registrar menores niveles de estrés, menor prevalencia de depresión, mejor calidad del sueño y mayor satisfacción con la vida. Estudios en distintas ciudades latinoamericanas confirman que, cuando los vecinos tienen fácil acceso a parques bien cuidados, caminan más, socializan más y mejoran no solo su salud mental, sino también la percepción de seguridad y el bienestar general.


La paz mental no es privilegio ni lujo. No requiere grandes fincas, solo árboles en las aceras, jardines en las plazas y parques bien ubicados en cada barrio. Es el verde que susurra calma, que modera la ansiedad y regula el pulso que late demasiado rápido en la vorágine cotidiana.


Porque en la ciudad que no duerme, donde cada quien corre detrás de algo y donde el estrés se vuelve paisaje, lo natural emerge no como adorno, sino como refugio. Y ese refugio —aunque parezca pequeño— puede marcar la diferencia entre vivir con angustia o respirar con un pulmón emocional que late lento y profundo.

Deixe um comentário

O seu endereço de e-mail não será publicado. Campos obrigatórios são marcados com *