Por qué los niños no deben usar celular antes de los 13 años

Usar el celular antes de los 13 años puede afectar la salud mental.

El uso de teléfonos inteligentes en niños menores de 13 años puede tener consecuencias profundas en su salud mental, su desarrollo emocional y su capacidad de socialización. Investigaciones recientes, junto a la opinión de expertos en psicología infantil, advierten que el acceso prematuro a dispositivos electrónicos afecta procesos esenciales como el lenguaje, la empatía y la autorregulación emocional. Las organizaciones internacionales recomiendan evitar el uso de pantallas antes de los dos años y limitar su uso hasta después de los trece.

“En los primeros años de vida, el cerebro está en su etapa más sensible al entorno. Si se lo sobreestimula con pantallas, el niño pierde oportunidades clave de aprendizaje real con otros seres humanos”, explica Cristofer Ortiz Flores, psicólogo y docente de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

Un estudio publicado en el Journal of Human Development and Capabilities, realizado por Sapien Labs y liderado por la neurocientífica Tara Thiagarajan de Stanford, analizó más de 100.000 casos y encontró que cada año de acceso temprano al celular se relaciona con un mayor deterioro en la salud mental, especialmente en mujeres jóvenes. Entre las consecuencias más frecuentes destacan la baja autoestima, la reducción de la resiliencia emocional y el aumento de pensamientos suicidas.

La investigación revela que el 48% de las mujeres que accedieron a un teléfono inteligente entre los cinco y seis años reportaron haber tenido pensamientos suicidas graves, frente al 28% de quienes lo hicieron después de los trece. En el caso de los varones, la diferencia también es preocupante: 31% frente a 20%. Estos datos muestran una correlación clara entre el uso temprano del celular y el deterioro en la salud emocional de los adolescentes.

Ortiz explica que “muchos padres usan el celular como herramienta de distracción, pero no miden el impacto emocional a largo plazo. Esto puede generar dependencia, ansiedad e incluso dificultades para manejar la frustración en el niño”.

El acceso prematuro a pantallas interfiere con procesos claves del desarrollo infantil, como el lenguaje, la atención sostenida, la interacción cara a cara y el juego simbólico. En lugar de tocar, explorar o comunicarse con otros, los niños quedan expuestos a estímulos visuales y auditivos que no promueven la interacción humana ni la creatividad.

“Hemos observado casos en los que niños de tres o cuatro años presentan conductas adictivas al celular, tales como llanto inconsolable si se les retira, agresividad o aislamiento, lo cual es alarmante”, alerta Ortiz.

El uso excesivo también genera alteraciones en la capacidad de concentración. Al acostumbrarse al ritmo rápido de los videos o juegos, el niño luego no tolera actividades más lentas como leer un cuento, armar un rompecabezas o seguir instrucciones en el aula. Esto impacta directamente en el rendimiento escolar y la adaptación a normas sociales.

La evidencia recopilada por organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS), Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y la Academia Americana de Pediatría (AAP) coincide en que la infancia necesita experiencias sensoriales reales, contacto humano, juego al aire libre y momentos de descanso sin pantallas. En sus directrices, la OMS recomienda evitar el uso de celulares en menores de dos años, y limitarlo a máximo una hora diaria entre los dos y cinco años, siempre con supervisión adulta.

Además, el uso del celular antes de dormir interfiere con la calidad del sueño infantil, otro de los pilares fundamentales del desarrollo saludable. Las pantallas emiten luz azul que altera los ciclos de melatonina y retrasa el inicio del sueño, lo que repercute en el estado de ánimo, la atención y el comportamiento diurno.

Ortiz advierte que muchas veces el uso del celular surge como una solución inmediata a berrinches o momentos de aburrimiento, pero que en realidad responde más a una necesidad del adulto que del niño.

“La mayoría de las veces, los padres no tienen intención de dañar. Solo quieren un momento de silencio o descanso, pero eso se logra mejor con rutinas afectivas, cuentos o juegos interactivos”, señala.

Desde las neurociencias también se han detectado efectos negativos del uso excesivo de pantallas en la plasticidad cerebral. El cerebro en desarrollo necesita pausas, errores, exploración física y contacto con el entorno. Las pantallas, por el contrario, ofrecen una experiencia artificial, inmediata y muchas veces adictiva, que no prepara al niño para las complejidades del mundo real.

Frente a este escenario, diversos expertos proponen postergar la entrega de teléfonos inteligentes hasta los 13 o 14 años y fomentar la alfabetización digital progresiva, con acompañamiento parental. Alternativas como los teléfonos plegables, sin acceso a internet ni redes sociales, pueden ser útiles para mantener la comunicación sin exponer a los niños a los riesgos del entorno digital.

“El uso del celular en menores de cinco años debe ser mínimo, supervisado y siempre con un objetivo claro. No como un refugio para el adulto ni como un escape para el niño”, concluye Ortiz.

El objetivo no es demonizar la tecnología, sino entender que su introducción debe ser gradual, contextualizada y centrada en las necesidades reales del niño. Las pantallas no deben reemplazar al juego, a la conversación, al contacto físico ni al afecto. Son herramientas que pueden ser útiles, pero no deberían ocupar el centro de la infancia.

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