Habilidades digitales: el nuevo pasaporte para el empleo y el desarrollo

La falta de competencias tecnológicas básicas en la población adulta es uno de los desafíos más urgentes para el desarrollo social y económico. El acceso desigual al conocimiento digital no solo limita las oportunidades de inserción laboral para millones de personas, sino que también amplía brechas estructurales ya existentes relacionadas con la edad, el nivel educativo, el género y la ubicación geográfica. Así lo advierte un reciente informe del Centro Común de Investigación (JRC), que subraya la necesidad de convertir la formación digital en un eje estratégico para el desarrollo inclusivo y sostenible.
El estudio señala que un amplio porcentaje de la población adulta no cuenta con habilidades digitales mínimas —como utilizar correo electrónico, proteger sus datos personales o manejar aplicaciones básicas—, lo que los deja en riesgo de exclusión frente a una economía en constante transformación. Los más afectados son quienes se encuentran en ocupaciones manuales, están fuera del mercado laboral o tienen un nivel educativo bajo. A ellos, la tecnología no solo les representa una barrera, sino una amenaza directa a su posibilidad de reintegrarse laboralmente.
Frente a este diagnóstico, el informe propone un plan de acción basado en tres pilares: programas de formación accesibles y personalizados, fortalecimiento de la educación técnica y vocacional, y una estrategia territorial con enfoque de género. La prioridad, según el JRC, debe ser garantizar que las personas puedan adquirir y actualizar competencias prácticas que les permitan no solo encontrar empleo, sino también adaptarse a nuevos contextos laborales impulsados por la inteligencia artificial, la automatización y el comercio digital.
Este enfoque es compartido por Pablo Ardaya, director nacional de Capital Humano de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, quien advierte que la actualización profesional ya no puede considerarse un lujo ni una opción: es una necesidad urgente para todos.
“Si la tecnología o la inteligencia artificial van a reemplazar ciertos puestos de trabajo, las personas que ocupaban esos puestos laborales tendrán que reinventarse”, afirma.
Ardaya destaca que la solución no está en resistirse al cambio, sino en anticiparse y liderarlo. “La capacitación continua es la herramienta más poderosa para mantenerse vigente. Hoy, las empresas necesitan equipos capaces de combinar habilidades técnicas con capacidades blandas como la comunicación, el liderazgo y la resolución de problemas. Eso es lo que realmente marca la diferencia en entornos altamente dinámicos”, sostiene.
Uno de los fenómenos más visibles de esta transición es el surgimiento de nuevas profesiones. “Hace 5 o 10 años, el puesto de community manager no era parte de la estructura laboral. Hoy es esencial para muchas organizaciones. Y así como ese, surgirán otros tantos”, explica. Por eso, insiste en que los modelos educativos deben preparar a los profesionales no solo para los trabajos actuales, sino para aquellos que aún no existen.
La brecha digital también se profundiza fuera del sistema educativo formal. Muchas personas adultas, sobre todo aquellas en zonas alejadas o con trayectorias educativas incompletas, no tienen acceso a formación tecnológica adecuada. Para este grupo, el informe del JRC sugiere el desarrollo de cursos breves y prácticos, disponibles en múltiples formatos y lenguajes, que puedan ofrecerse a través de centros comunitarios, bibliotecas, sindicatos y organizaciones sociales. La clave está en diseñar contenidos útiles, accesibles y alineados con las necesidades del mercado.
Además, el estudio destaca el rol estratégico del sector privado, especialmente de las pequeñas y medianas empresas. La mayoría de los trabajadores reconoce que necesitará nuevas habilidades en los próximos años, pero muy pocos reciben formación formal en nuevas tecnologías. Apoyar a las empresas para que puedan capacitar a su personal y adoptar herramientas digitales de forma sostenible es una medida clave para cerrar esta brecha.
En este contexto, las universidades y centros de formación superior juegan un rol fundamental. Ardaya subraya que el modelo educativo debe evolucionar hacia uno centrado en el aprendizaje activo, por proyectos, donde los estudiantes no solo absorban información, sino que desarrollen soluciones aplicables a problemas reales. “Aprender haciendo es la mejor forma de integrar lo que se enseña. Y si además el aprendizaje se vincula con el impacto social, estamos formando profesionales conscientes, capaces de transformar su entorno”.
La transformación digital no es una amenaza en sí misma, sino una oportunidad de crecimiento inclusivo. Pero para que todos puedan aprovecharla, es necesario derribar las barreras que impiden el acceso al conocimiento tecnológico. Hacerlo exige una inversión decidida en educación, políticas públicas inteligentes y un compromiso real de todos los sectores.
Como concluye Ardaya, “reinventarse profesionalmente no es perder lo aprendido, sino sumar nuevas herramientas. Es construir un perfil más sólido, más humano y más preparado para un mundo que no espera”. La clave no está en detener el avance digital, sino en asegurarse de que nadie quede atrás en el camino.