¿A qué se va al colegio?

¿A qué se va al colegio?

Por Ricardo Román, director del Colegio Alberto Blest Gana

No se trata de negar que el uso de las pantallas sin regulación es dañino, pero quedarse sentado todo el día en una silla también lo es y no sería inteligente prohibirlas.

Las pantallas bien usadas pueden ayudar a motivar los aprendizajes, junto a muchos otros dispositivos digitales y analógicos. Pero se necesita reimaginar y rediseñar el colegio como un espacio dinámico, divertido y afectuoso que convoque a los estudiantes a aprender, pero sin desconectarlos de la vida actual.

En el otro mito, de que no todo puede ser juego, que hay que ponerle seriedad y esfuerzos a los aprendizajes, es conveniente fijarse en niños y jóvenes involucrados en un deporte, en la preparación de un baile, reuniendo dinero para su fiesta de graduación, mirando la serie o leyendo el libro de moda, o superando arduos niveles en un video juego, en todos estos ejemplos los niños y jóvenes ponen total compromiso, atención, esfuerzo, persistencia, organización y autonomía.

Todas estas experiencias tienen todo tipo de aprendizajes cognitivos, emocionales y relacionales. El desafío entonces es diseñar experiencias de aprendizaje que desafíen e involucren a los estudiantes desde sus propios intereses, percepciones y estética.

Estas proposiciones necesitan tres condiciones, la primera está en crear un ambiente en todo el colegio y más allá del aula, en que predomine la alegría, la expresividad, los juegos, la conexión con mundos de interés para los estudiantes, crear un laboratorio de la vida real para los niños y jóvenes.

Segundo, se requiere formar a los profesores y a todos los equipos en un repertorio de estrategias que disminuya al mínimo la enseñanza basada en transmisión de contenidos y aplicación de reglas, para transformarse en animadores de espacios activos de aprendizaje, donde predomina la curiosidad, la creatividad, el afecto y el buen humor.

Tercero, quizás el más importante, formar en liderazgo a los directivos, para movilizar y orquestar todo lo anterior, abandonando el horizonte utópico del control y el orden para cultivar ambientes dinámicos y flexibles en que los profesores se entusiasmen con crear, con innovar, con cambiar, partiendo por validar (quizás alentar y premiar) el error producto de la innovación.

 Los directivos líderes necesitan aprender a vivir en un relativo caos creativo, conviviendo con el cumplimiento de normas ministeriales y el logro de objetivos de aprendizajes. Eso que le pedimos a los profesores con sus estudiantes, confianza, afecto, curiosidad, motivación y autonomía, es lo que los directivos deben cultivar con sus equipos.

Las normas y planes son instrumentos necesarios de gestión, pero son medios y no fines. El fin es la formación integral de los estudiantes y la creación de comunidades fuertes entre todos los actores de la escuela, y esto requiere las pautas de la vida actual, ya no podemos parar el mundo para enseñar.

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