Tres hábitos que potencian el bienestar mental de los adultos jóvenes

El bienestar mental de los adultos jóvenes atraviesa hoy un momento crítico. La sobreexposición digital, marcada por la comparación constante y la fatiga informativa; la precariedad laboral, con empleos inestables y carentes de propósito; y el aislamiento social, intensificado por la vida urbana y los vínculos debilitados, configuran un escenario desafiante.
A ello se suma la presión académica y profesional, el síndrome del impostor y un agotamiento crónico que golpea la salud emocional. Frente a este panorama, la investigación científica ha identificado tres hábitos sencillos que pueden contribuir de manera significativa al bienestar mental de esta población: dormir mejor, mantener una alimentación rica en frutas y verduras, y realizar actividad física con regularidad.
“Los problemas de salud mental no solo afectan el bienestar emocional, sino que también pueden afectar significativamente la calidad de vida de las personas, interfiriendo en sus relaciones, trabajo y estudios”, afirma Liudmila Loayza, directora de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
La importancia del bienestar mental se explica por su estrecha relación con la calidad de vida. El estrés, la ansiedad y la depresión se han incrementado a escala global, constituyéndose en una epidemia silenciosa que no distingue edad, género ni condición socioeconómica.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 450 millones de personas en el mundo sufren un problema de salud mental, y una de cada cuatro lo enfrentará en algún momento de su vida. El dato más alarmante es que el suicidio ya se ubica entre las principales causas de muerte a nivel global, con una víctima cada 40 segundos. Ante este escenario, el cuidado de la salud mental deja de ser un asunto individual para convertirse en un desafío colectivo.
En el caso de los adultos jóvenes, la vulnerabilidad se acentúa. Este grupo debe afrontar simultáneamente la independencia, el inicio de la vida laboral, la búsqueda de identidad personal y la consolidación de vínculos afectivos. Todo ello, en un contexto atravesado por crisis globales —como la pandemia, la incertidumbre económica y el cambio climático— que generan un sentimiento de angustia existencial. Por eso, adoptar hábitos saludables no sólo mitiga los efectos del estrés, sino que constituye una estrategia para desarrollar resiliencia frente a los desafíos actuales.
Los tres hábitos que fortalecen la salud mental
La ciencia ha encontrado evidencia sólida sobre cómo ciertos hábitos cotidianos impactan directamente en la estabilidad emocional. Una investigación publicada en la revista PLOS One analizó los datos de más de 2.000 adultos de entre 17 y 25 años en Estados Unidos, Reino Unido y Nueva Zelanda. Los resultados son contundentes: el sueño de calidad es el predictor más fuerte del bienestar mental, seguido por el consumo de frutas y verduras, y la práctica de ejercicio físico.
Dormir mejor aparece como el factor más decisivo. Un descanso reparador no solo regula las emociones, sino que ayuda a consolidar la memoria y a mantener estables los niveles de energía. Los investigadores concluyeron que quienes dormían adecuadamente tenían más probabilidades de sentirse equilibrados y optimistas al día siguiente.
En segundo lugar, la alimentación saludable, particularmente rica en frutas y verduras, mostró un impacto positivo en el estado de ánimo. Una ingesta superior al promedio puede incluso mitigar los efectos de una mala noche de sueño. Este hallazgo refuerza la idea de que los micronutrientes presentes en los alimentos frescos desempeñan un papel clave en el funcionamiento cerebral y la regulación emocional.
El tercer hábito es la actividad física. Hacer ejercicio con regularidad —incluso en sesiones cortas de diez minutos— se asocia a mejoras en la percepción del bienestar. La práctica física libera endorfinas, reduce los niveles de estrés y favorece la socialización, lo que constituye un círculo virtuoso para la salud mental.
De manera interesante, los investigadores hallaron que estos hábitos pueden complementarse entre sí. Una noche de buen sueño puede proteger contra el impacto negativo de una dieta deficiente, mientras que una alimentación saludable puede contrarrestar parcialmente los efectos de dormir mal. En otras palabras, no se requiere alcanzar un estándar perfecto de salud para notar mejoras; pequeños cambios sostenidos pueden marcar una diferencia real en cómo los jóvenes se sienten cada día.
El desafío está en traducir estos hallazgos en políticas y acciones concretas. Para Loayza, cuidar la salud mental requiere tanto de esfuerzos individuales como de un compromiso social más amplio.
“Estos trastornos pueden manifestarse a través de síntomas emocionales, cognitivos y conductuales que pueden ser discapacitantes si no se tratan adecuadamente”, advierte.
Por ello, además de fomentar hábitos saludables, es necesario combatir el estigma cultural que aún rodea la salud mental, mejorar el acceso a servicios especializados y promover entornos seguros donde los jóvenes puedan expresarse sin temor. Dormir mejor, comer más sano y moverse con regularidad son pasos concretos y accesibles, pero solo tendrán un verdadero impacto si se integran en una estrategia colectiva que entienda al bienestar mental como un derecho humano esencial.