La importancia de fomentar buenos hábitos de conducta en niños y adolescentes
El comportamiento de los niños y adolescentes está fuertemente influenciado por las pautas que reciben desde su entorno familiar. Los padres, en particular, desempeñan un papel fundamental en la formación de buenos hábitos de conducta en sus hijos, pues son los primeros modelos a seguir y los principales guías en su desarrollo emocional y social. Fomentar valores como la empatía, el respeto, la responsabilidad y la autodisciplina desde temprana edad es crucial para el bienestar y el futuro de los jóvenes.
Sandra Vargas, docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, sostiene que los padres son los principales promotores y los encargados de encaminar a los hijos en el desarrollo de conductas sanas y responsables.
“Tanto en la formación de valores como en el desarrollo de hábitos, los padres son esenciales, debiendo ser congruentes con sus discursos y sus acciones. El hijo, de niño, no cuestiona; simplemente obedece. Sin embargo, cuando llega a la adolescencia, pueden surgir cuestionamientos que necesitan orientación y el ejemplo por parte de los padres. Ese cuestionamiento no es por ser ‘malcriado’, sino que es parte de su desarrollo cognitivo y de la necesidad de una explicación coherente que le ayude a consolidar dichos valores y hábitos, fortaleciendo su identidad, que se forma a partir de la familia”, explica Vargas.
Los hábitos de conducta son acciones que se repiten de manera regular, y pueden ser tanto positivas como negativas. Estos hábitos tienen un impacto significativo en la vida de la persona y se manifiestan en diversos aspectos, como la educación, la alimentación, la higiene o las actividades religiosas. Las principales particularidades de los hábitos son: comportamientos aprendidos (no innatos), se vuelven automáticos o naturales con el tiempo, se forman a través de la práctica y la repetición, y pueden ser constructivos o perjudiciales para la persona.
El establecimiento de buenos hábitos de conducta no solo implica enseñar reglas y normas, sino también inculcar principios que promuevan el bienestar general de los niños. Estos principios se convierten en las bases sobre las que los niños y adolescentes construirán su capacidad para tomar decisiones responsables, gestionar sus emociones y relacionarse de manera sana con los demás.
“Los hábitos son conductas que nosotros mantenemos en el tiempo y que habitualmente tienen que ver con la incorporación de un nuevo aprendizaje. En el fondo, es aprender a comportarse de una cierta manera, de manera estable en el tiempo”, explica Cinthia Zavala, especialista y psiquiatra de nacionalidad chilena.
El primer aspecto que los padres deben cultivar es el ejemplo personal. Los niños, especialmente los más pequeños, aprenden observando a los adultos que los rodean. Si un padre o madre practica valores como la honestidad, el respeto y la puntualidad, es más probable que el niño adopte esas mismas conductas. Por el contrario, si los padres no son coherentes con sus propios comportamientos, pueden enviar mensajes confusos, lo que dificultaría que los hijos internalicen los valores deseados.
El refuerzo positivo es otro método clave para fomentar buenos hábitos. Los niños y adolescentes responden de manera efectiva cuando son recompensados por comportamientos apropiados. Este refuerzo puede ser verbal, como un elogio, o físico, como un gesto de cariño. Lo importante es reconocer los esfuerzos, no solo los logros, para que los niños se sientan motivados a seguir comportándose adecuadamente.
El manejo de las emociones también es un aspecto clave. Los padres deben enseñar a los niños y adolescentes a reconocer y regular sus emociones de manera saludable. Los niños que aprenden a controlar su frustración, ira o tristeza desde temprana edad son menos propensos a tomar decisiones impulsivas o a reaccionar violentamente ante situaciones estresantes.
“En la crianza de los hijos, es necesario considerar la importancia de los roles que ejercen tanto la madre como el padre, en el cual la complementación de ambos favorece el desarrollo armónico e integral del niño y adolescente. Si bien generalmente la madre cumple la función protectora, emocional y afectiva, a los padres se les atribuye la independencia y preparación para la vida en sociedad, donde colocarán en práctica los valores internalizados y hábitos desarrollados”, enfatiza Vargas.
Otro hábito importante que los padres deben promover es la responsabilidad personal. Enseñar a los niños a ser responsables de sus acciones, tareas y compromisos es esencial para su desarrollo. Esto incluye desde encargarse de sus propios objetos personales hasta cumplir con sus obligaciones escolares y sociales. La responsabilidad inculcada en la infancia prepara a los adolescentes para asumir los retos de la adultez de manera efectiva.
La autodisciplina es una habilidad que se fomenta a través de la constancia y el ejemplo de los padres. Los niños que aprenden a ser disciplinados en cuanto a sus estudios, el cuidado de su entorno y el manejo de sus emociones, tienen más probabilidades de adoptar estos hábitos de manera duradera. Los padres pueden enseñar autodisciplina estableciendo rutinas diarias que incluyan tiempos de estudio, descanso y actividades recreativas.
“Los padres no deben olvidarse que son los encargados de encaminar a los hijos en el desarrollo de conductas sanas y responsables, para consigo mismos y con la sociedad. En algún momento, los hijos pueden cometer errores y los padres serán el sostén emocional al cual pueden acudir para ayudar a enfrentar las consecuencias de dichos actos. Quien ama, educa”, concluye la docente de Unifranz.
También es fundamental que los padres fomenten la autonomía de sus hijos. Brindarles el espacio necesario para que puedan experimentar, equivocarse y aprender, siempre acompañados de orientación y apoyo. Este proceso ayuda a los adolescentes a convertirse en adultos seguros, responsables y capaces de enfrentar la vida de manera autónoma.
Fomentar buenos hábitos de conducta en niños y adolescentes es un trabajo que requiere dedicación, coherencia y paciencia por parte de los padres. Al ofrecer un entorno de apoyo y orientación, los padres tienen el poder de influir profundamente en el desarrollo emocional, social y moral de sus hijos, preparando a las nuevas generaciones para enfrentar el mundo con valores sólidos y comportamientos responsables.