Diabetes, colesterol y obesidad aumentan el riesgo de desarrollar Alzheimer o Parkinson

By Lily Zurita Zelada

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Ana siempre se preocupó por su memoria. A los 55 años, con antecedentes de diabetes y colesterol alto, comenzó a notar que le costaba más concentrarse. Su médico le advirtió que esas condiciones no solo afectaban su corazón, también podían aumentar el riesgo de que en el futuro desarrollara enfermedades como Alzheimer o Parkinson. Lo que parece un problema del azúcar en sangre o del sistema digestivo tiene, en realidad, un impacto directo sobre el cerebro.

La investigación científica más reciente confirma lo que durante años apenas se sospechaba: las enfermedades digestivas, metabólicas y endocrinas cambian la probabilidad de que una persona sufra patologías neurodegenerativas. La relación se da a través de mecanismos como la inflamación crónica, la alteración del metabolismo energético y el eje intestino-cerebro.

Laura Marín, docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo (Unifranz), explica que el cuerpo funciona como un sistema integrado. “Lo que ocurre en el aparato digestivo, el metabolismo o el sistema endocrino repercute directamente en el cerebro. Diabetes, hipertensión, obesidad o colesterol elevado generan cambios que aceleran el envejecimiento neuronal”.

Cada 21 de septiembre se celebra el Día Mundial del Alzheimer, una fecha establecida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Alzheimer’s Disease International (ADI) para crear conciencia sobre esta enfermedad, luchar contra el estigma y promover la investigación y el apoyo para pacientes y cuidadores.

Eje intestino-cerebro y riesgo neurodegenerativo

El intestino no solo digiere alimentos, también comunica señales constantes al sistema nervioso central. Alteraciones en la microbiota intestinal (conjunto de microorganismos que viven en perfecta simbiosis en nuestro intestino) modifican la producción de neurotransmisores y afectan la barrera hematoencefálica, dejando al cerebro más vulnerable.

A propósito de este vínculo, la docente de Unifranz destaca que “los trastornos digestivos modifican la microbiota, que dialoga con el sistema nervioso a través del eje intestino-cerebro. Si ese equilibrio se rompe, aumentan las probabilidades de desarrollar Alzheimer o Parkinson en el futuro”, afirma Marín.

Los datos respaldan esta conexión. Un macroestudio publicado en Science Advances reveló que la diabetes tipo 2 diagnosticada hasta 15 años antes eleva en un 70 % el riesgo de Alzheimer. Otro informe difundido por Infobae mostró que la diabetes y los trastornos graves del colesterol pueden multiplicar hasta seis veces la probabilidad de sufrir estas enfermedades.

Qué son las enfermedades neurodegenerativas

El Alzheimer y el Parkinson son las dos enfermedades neurodegenerativas más conocidas, pero no las únicas. Son patologías en las que las neuronas se deterioran progresivamente, afectando la memoria, el movimiento o el lenguaje. Aunque no tienen cura, sí es posible retrasar su avance y mejorar la calidad de vida si se detectan temprano.

En el caso del Alzheimer, se manifiesta con pérdida de memoria y deterioro cognitivo; el Parkinson, en cambio, afecta el movimiento y puede derivar también en problemas de pensamiento en fases avanzadas. Otras enfermedades de este grupo son la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) y la demencia frontotemporal.

Datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) dan cuenta que, en 2021, más de 57 millones de personas padecían demencia en todo el mundo, de las cuales entre el 60 % y 70 % estaban afectadas por Alzheimer.

Respecto al Parkinson, la misma OMS asegura que la prevalencia de esta enfermedad se ha duplicado en los últimos 25 años. “Las estimaciones mundiales en 2019 mostraban una cifra superior a 8,5 millones de personas con esta enfermedad”.

Prevención: una oportunidad para proteger el cerebro

La buena noticia es que muchos factores de riesgo son modificables. A diferencia de la genética, que no podemos cambiar, el control de enfermedades metabólicas, digestivas o endocrinas está al alcance de la mayoría de las personas.

“La prevención es el mejor tratamiento. Hasta un 40 % de los casos de enfermedades neurodegenerativas podrían retrasarse o prevenirse si cuidamos la salud metabólica, digestiva y cardiovascular desde edades tempranas”, enfatiza Marín.

Cuidar la alimentación con patrones neuroprotectores, mantener el colesterol y la glucosa en rangos adecuados, hacer ejercicio regular, proteger la microbiota intestinal, dormir bien y manejar el estrés son acciones que suman en la construcción de un cerebro más resistente.

El avance de la neurociencia y la medicina preventiva muestra que el cerebro no puede estudiarse de forma aislada. Se trata de un órgano conectado con todo el organismo, desde el intestino hasta el sistema endocrino.

Marín concluye: “La clave está en entender que el cerebro no es un ente separado del resto del cuerpo. Lo que comemos, cómo nos movemos y cómo manejamos las enfermedades crónicas tiene un impacto directo en nuestras neuronas. Cada decisión de salud es también una decisión sobre nuestro futuro cerebral”.

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