Por Lily Zurita
Mantener una conexión profunda con nuestro niño interior es esencial para una vida adulta plena y creativa. Este vínculo nos permite abordar las responsabilidades cotidianas desde una perspectiva más relajada y alejada del estrés que viene con la adultez.
Recuperar esa frescura y espontaneidad propias de la infancia no solo nos ayuda a vivir más felices, sino también a ser más eficientes y resilientes en el trabajo, en los estudios y en la vida misma, asegura Tatiana Montoya, psicoterapeuta y docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, para quien, el niño interior es una parte esencial de nuestra identidad, formado durante una etapa clave de nuestra vida.
“El niño interior tiene que ver con esta parte de cada ser humano, espontánea, creativa, con facilidad de perdón, cuidado y protección. Es una etapa importante del ser humano tanto en la historia como en su presente”, explica.
A través de experiencias infantiles, desarrollamos nuestra personalidad, autoestima y la capacidad de relacionarnos de manera sana o disfuncional con los demás. Este niño interno no solo guarda nuestros recuerdos y aprendizajes, sino también nuestras heridas, que a menudo afectan nuestra forma de interactuar en la vida adulta.
“El tener conexión con el niño interior ayuda a aprender y reaprender, a reconstruirse, a perdonar y a ser un adulto sano, eficiente y funcional en sus relaciones y en los retos que se le presenta en la vida”, añade Montoya.
El apego y su impacto en las personas
Uno de los pilares en la formación de nuestro niño interior es el apego que desarrollamos en la primera infancia con nuestros cuidadores. Este apego puede ser seguro o, en algunos casos, ansioso, evitativo o ambivalente, y tiene un impacto directo en nuestras relaciones futuras.
Según la plataforma Mentes Abiertas Psicología de Madrid, España, el apego es un vínculo afectivo que se establece desde los primeros momentos de vida entre la madre y el recién nacido o la persona encargada de su cuidado. Su función es asegurar el cuidado, el desarrollo psicológico y la formación de la personalidad.
Un apego seguro fomenta la confianza, la independencia y la capacidad de manejar las frustraciones, factores clave para una vida adulta equilibrada. Por otro lado, apegos inseguros pueden dar lugar a dificultades emocionales, como la desconfianza o el miedo al rechazo, que influyen en nuestras relaciones de pareja y con amigos.
“Es sumamente importante el desarrollo de la infancia en relación a estos conceptos. El motivar, estimular, o establecer límites son trascendentales en la infancia, saber hasta dónde puede llegar la comunicación asertiva, que tiene que ver con desarrollar nuestras habilidades y permitir que los otros también se desarrollen”, manifiesta.
Además del apego, conceptos como la autoestima y la autoeficacia comienzan a desarrollarse desde la niñez. La capacidad de tolerar la frustración, afrontar dificultades y manejar el estrés son habilidades que, si se cultivan desde temprano, se traducen en una mayor resiliencia en la vida adulta.
Montoya puntualiza que una infancia en la que los límites se enseñan con amor y se fomenta la comunicación asertiva permite que los niños crezcan con una base sólida para enfrentar los retos de la vida adulta.
El niño interior y la salud mental
Un herido interior, que no ha sido atendido o comprendido, puede influir negativamente en la salud mental del niño adulto. Las heridas emocionales de la infancia, como la falta de protección o el desapego emocional por parte de los cuidadores, pueden manifestarse en comportamientos autodestructivos o en relaciones disfuncionales.
En estos casos, con ayuda de profesionales psicólogos, la psicoterapia, la meditación o el mindfulness (atención plena) se convierten en herramientas valiosas para sanar ese niño herido y permitir que el adulto fluya en sus relaciones de pareja, amigos o compañeros de trabajo, reflexiona Montoya.
El proceso de perdón hacia los cuidadores que, de alguna manera, pudieron haber fallado en la infancia es esencial para liberar estas cargas emocionales y mejorar nuestras relaciones actuales. De hecho, muchos terapeutas recomiendan la práctica del perdón como un paso necesario para sanar algunas heridas de la infancia.
El juego: un canal de sanación
Una de las maneras más efectivas de reconectar con el niño interior es a través del juego. Cuando los adultos se permiten jugar, experimentan la libertad, la creatividad y la ligereza propias de la infancia.
El juego, además de ser una fuente de alegría, actúa como un mecanismo terapéutico, ayudando a liberar tensiones y procesar emociones no resultantes de la niñez. En entornos de psicoterapia, el uso del juego de roles permite a los adultos volver a ser niños y trabajar en las heridas de su pasado.
“Permite (el juego) a la persona salir de su rol habitual, por ejemplo, de trabajador, papá o hermano, simplemente a ser él, con su esencia”, aclara.
Finalmente, mantener una conexión sana con nuestro niño interior no solo potencia nuestra creatividad, sino que nos permite vivir una adultez más equilibrada y feliz. Cultivar esta relación es un camino hacia una vida emocionalmente sana, donde la espontaneidad y la capacidad de perdón juegan un rol central.