Bicentenario: un llamado a la memoria y la unidad de Bolivia

El Bicentenario de Bolivia representa una oportunidad histórica para volver la mirada hacia nuestra trayectoria común y preguntarnos: ¿qué hemos aprendido en estos dos siglos? Más allá de actos protocolares y desfiles militares, esta fecha simbólica debería ser un espacio de encuentro para fortalecer la identidad nacional desde el reconocimiento de nuestra diversidad y la superación de las heridas del pasado.
“Este Bicentenario debería ser el inicio de dejar atrás lo que falló y construir esa Bolivia que queremos”, afirma Javier Zárate, historiador y docente de la carrera de Periodismo de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, quien hace un llamado a construir una memoria colectiva que integre todas las voces del país, sin exclusiones ni revanchismos.
Zárate, desde su visión crítica y humanista, sostiene que el principal obstáculo para una identidad nacional sólida es la falta de una memoria compartida. A su juicio, la forma en que se está celebrando el Bicentenario —limitada a actos simbólicos sin contenido integrador— refleja una desconexión profunda con la historia real de los bolivianos y bolivianas.
“El gran problema es que no nos ponemos de acuerdo. Bolivia ha sido construida en base a la confrontación y la exclusión. Lo que necesitamos es reconocer que sí hubo exclusión, discriminación, desigualdad (…) y que eso no puede repetirse”, afirma. Esta reflexión propone trascender el relato oficial y abrir espacio a una narrativa que incorpore a todos los sectores sociales, culturales y territoriales del país.
Zárate rememora la Guerra del Chaco como un momento histórico en el que, por primera vez, las distintas «bolivias» —las de las tierras altas, bajas, el altiplano, el oriente— se encontraron en igualdad de condiciones, forjando una visión compartida del país. Esa lección de unidad, afirma, debería inspirar el presente.
Este 6 de agosto, Bolivia celebra 200 años de independencia, con una agenda mayormente concentrada en la capital del Estado, Sucre. Sin embargo, actualmente el país atraviesa una crisis, acompañada de un clima de polarización política a causa de las próximas elecciones presidenciales.
Identidad como construcción viva
Coincidiendo con esta mirada, Sayuri Loza recuerda que la identidad nacional boliviana no es una esencia fija, sino una construcción histórica y simbólica en constante evolución. Desde 1825, hitos como la Guerra del Pacífico, la Revolución de 1952 o la refundación del Estado Plurinacional en 2009 han resignificado lo que entendemos por «ser boliviano».
Ignacio Rodrigo Vera de Rada va más allá al plantear que la identidad puede ser una “entelequia”, una idea idealizada que calma la ansiedad colectiva, pero que no necesariamente refleja la complejidad social del país. Según él, la identidad boliviana es más una aspiración compartida que una realidad homogénea.
Para Zárate, el punto de partida para una nueva identidad boliviana debe ser la empatía. “No solo las élites han discriminado. También los discriminados, muchas veces, discriminan. El resentimiento o la falta de educación han impedido que nos pongamos en el lugar del otro”, subraya. Desde su perspectiva, la empatía no es un valor decorativo, sino una herramienta política para construir una convivencia más justa e inclusiva.
Esa visión se alinea con los aportes de otros académicos que proponen asumir la diversidad cultural no como un obstáculo, sino como la esencia misma de la bolivianidad. Las múltiples lenguas, cosmovisiones, historias y expresiones culturales que coexisten en el país deben ser reconocidas e integradas en el relato nacional, no silenciadas ni uniformadas.
Aprender del pasado, sin repetirlo
Zárate también advierte sobre la tendencia a repetir los errores históricos, incluso cuando se los conoce. “Los pueblos que conocen muy bien su historia también están condenados a repetirla si no la interpretan críticamente”, señala. Bolivia, argumenta, aún tiene pendiente la tarea de escribir su verdadera historia: una que recoja no solo los grandes hechos políticos, sino las experiencias colectivas que han dado forma al país.
En este sentido, pone como ejemplo el proceso de reconciliación liderado por Nelson Mandela en Sudáfrica. Tras décadas de apartheid, Mandela optó por un enfoque integrador que reconocía el sufrimiento, pero no lo usaba como excusa para la revancha.
“Eso es aprender de la historia: dejar de lado las miserias y centrarnos en los cambios transformadores”, dice Zárate.
Lejos de una visión fatalista, el historiador invita a asumir el Bicentenario como un momento de madurez colectiva. “Con todo lo que podamos criticar a este país, le debemos mucho. Es el país que nos acoge, que nos da derechos, que nos exige obligaciones. Y muchas veces nosotros no cumplimos”, reflexiona.
Para él, la adultez cívica implica reconocer que los problemas del país son responsabilidad compartida, y que la transformación no vendrá de un cambio de gobierno, sino de un cambio de actitud colectiva. Una Bolivia más cohesionada exige que todos los ciudadanos —sin importar su origen, género o ideología— se reconozcan como parte de un proyecto común.
Finalmente, Zárate cuestiona el simbolismo vacío de ciertos actos oficiales. “¿Por qué no se ha convocado a una gran marcha de los bolivianos este 6 de agosto? Una marcha en la que todos, con nuestras banderas, nuestras diferencias, salgamos a decir: ‘Felicidades, Bolivia, este país es nuestro y queremos mejorarlo’”.
En lugar de militarizar la memoria o reducirla a fechas y rituales, propone reactivar el sentido profundo del Bicentenario como plataforma para el diálogo nacional, la reconciliación y la construcción de un futuro inclusivo.
El Bicentenario no es solo una efeméride: es una invitación urgente a mirarnos al espejo, reconocer nuestras luces y sombras, y asumir la tarea pendiente de construir una identidad nacional que no excluya a nadie. Bolivia no puede seguir siendo un país fracturado por resentimientos históricos. Necesita, como bien lo dice Zárate, una nueva visión que abrace su diversidad, aprenda de su pasado y se comprometa con un futuro compartido.
El tiempo de los símbolos vacíos ya pasó. Hoy, 200 años después, Bolivia necesita más que nunca una memoria viva, una ciudadanía empática y una unidad que se construya desde las diferencias.