En un esfuerzo por desafiar las dicotomías de género y poder arraigadas en la sociedad, el colectivo de mujeres arquitectas Argamasa de México emergió hace algunos años como una voz destacada en la construcción de espacios desde una perspectiva feminista.
Considerando el feminismo como su punto de partida, Argamasa busca colocar a las mujeres en el centro de la toma de decisiones y los procesos creativos dentro del ámbito arquitectónico.
En el marco de la novena versión de la Bienal Internacional de Arquitectura de Santa Cruz, se lleva adelante un ciclo de conversatorios virtuales, denominado “Diálogos de Bienal”, que involucra a diversos colectivos de arquitectos jóvenes, emergentes e investigadores de Latinoamérica donde se ponen en perspectiva, análisis y discusión diversos tópicos relacionados a la arquitectura, la enseñanza y el rol social de la disciplina ante la sociedad.
Uno de estos diálogos giró en torno a las construcciones de espacios desde el feminismo donde Montserrat Quintanar e Isabel Pérez del colectivo Argamasa, junto a Florencia Barba, Mechthild Káiser, Miguel Angel Souza y Mauricio Méndez, intercambiaron criterios respecto a esta temática.
El colectivo aborda una serie de problemáticas que afectan principalmente a las mujeres, incluyendo la inseguridad en espacios públicos, la desigualdad salarial y la escasa representación femenina en la industria de la construcción.
Con una visión clara de resistencia y colectividad, Argamasa se ha convertido en una plataforma donde las mujeres pueden unirse para enfrentar la violencia y crear espacios seguros y separatistas donde puedan explorar nuevas formas de vivir y trabajar juntas.
Según Quintanar, argamasa es una especie de mortero hecho con cal, arena y agua que se emplea en las obras de albañilería y también es un término en desuso que significa ‘lugar público’.
“Creemos que Argamasa puede ser una plataforma donde no solo nosotras, sino otras mujeres, podamos resistir, como en esta analogía de un muro donde varias piezas monolíticas, pueden unirse a través de este medio plástico que, al secarse y hacerse firme, termina haciendo un volumen mayor y más fuerte y capaz de soportar pesos y tensiones”, puntualiza.
Una de las experiencias destacadas del colectivo fue un taller sobre construcción con tierra, que contó con la participación de mujeres de diversos orígenes, incluyendo arquitectas, estudiantes, administrativas y biólogas.
La diversidad de participantes enriqueció la experiencia, llevando a la creación de un fanzine inicialmente, que posteriormente evolucionó hacia un libro más completo. Este libro incluye reflexiones sobre el taller, un poema colectivo y un enfoque en rescatar la historia de mujeres que han trabajado con tierra. Además, ofrece instrucciones prácticas sobre construcción con tierra de manera accesible, promoviendo la sostenibilidad y la inclusión en proyectos culturales.
La construcción con tierra es muy noble y, además, es una técnica que recupera saberes ancestrales con un impacto ambiental más reducido que la industria del concreto, explica.
La colectividad generada por la plataforma de mujeres arquitectas mexicanas se refleja en diferentes ejes.
“Es muy importante saber que los procesos son muy valiosos. Cuando estudias arquitectura el fin último es el objeto arquitectónico y el cliente, pero para nosotras también lo es el ponernos al centro, el sentirse respaldada en diferentes aspectos en los que se involucre la vida, el espacio, la sostenibilidad y la economía. En ese sentido, trabajamos y tenemos la perspectiva de los ejes de intercambio de saberes y de experiencias; tener una perspectiva que no sea unilateral o en un sentido jerárquico, para decir que no hay una sola forma de resolver o de habitar el espacio (…)”, agrega la arquitecta.
Otra experiencia notable es la de Florencia, quien destacó la importancia del diálogo en torno al género en la arquitectura durante su participación en la Bienal. Florencia compartió su experiencia con el estudio de arquitectura «Taller General» y su proyecto de rehabilitación de una vivienda en el Centro Histórico de Quito. En este proyecto, la construcción se convirtió en un medio de experimentación y reflexión sobre el género en la arquitectura, implicando la remoción de subdivisiones en la vivienda para hacerla habitable y funcional.
Un aspecto crucial del proyecto de Florencia fue la promoción de jornadas participativas con enfoque de género, denominadas «Femingas», que permitieron aprender, compartir experiencias y promover la inclusión de mujeres en la construcción. Este enfoque desafía las percepciones arraigadas sobre la construcción con tierra y el papel de las mujeres en la arquitectura, buscando generar espacios más inclusivos y sostenibles.
“Incluso en los espacios de acción colectiva y comunitaria nos encontramos con este tipo de conflictos y estereotipos de género que están enraizados en construcciones que son excluyentes y en torno a supuestos roles que deben ocupar mujeres y hombres en la sociedad (…)”, indica
En el diálogo, las tres arquitectas reflexionan sobre la necesidad de reconocer y valorar la contribución de las mujeres en la arquitectura, superando los estereotipos de género en la profesión.
De igual manera reconocen la importancia de la libertad y la autonomía en los espacios de acción colectiva, así como el valor de las redes de apoyo entre mujeres arquitectas. Con estas iniciativas, se espera que la construcción de espacios desde una perspectiva feminista continúe desafiando normas establecidas y fomentando la colectividad en la creación y el aprendizaje.
Gabriel García, director de la carrera de Arquitectura de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, asegura que la mirada femenina en la arquitectura no solo desafía los estereotipos arraigados, sino que también promueve la creación de espacios más inclusivos y accesibles.
“Esta perspectiva consciente de género reconoce la diversidad de experiencias y puntos de vista, lo que lleva a la construcción de entornos arquitectónicos que reflejan la variedad de necesidades y deseos de las personas”, manifiesta.
Además, al adoptar este enfoque, se cultiva un ambiente colaborativo donde todas las voces son valoradas y tenidas en cuenta durante el proceso creativo. Esta colaboración fomenta la innovación y el intercambio de ideas, lo que resulta en espacios arquitectónicos que no solo son funcionales, sino también culturalmente relevantes y significativos para las comunidades que los utilizan.