Trujo: estudiantes de Unifranz reinventan el jenga para enseñar la cultura tiwanakota a los niños

By Leny Chuquimia

El grupo de estudiantes que creó "Trujo ".

Un jenga cualquiera puede poner a prueba el pulso, pero solo uno puede enseñar historia. “Trujo” es un juego de mesa que transforma los monolitos tiwanakotas en bloques de madera y convierte la tradición en un reto divertido, donde cada movimiento es también una lección de identidad y cultura.

“Trujo nace de las palabras tradición y juego. Está basado en los juegos de encastre (didácticos, de piezas encajables). Queríamos crear una manera didáctica para que los niños aprendan sobre la cultura y la tradición, y así reforzar la identidad cultural”, explica Moira Salena Murguia Cruz, una de las estudiantes que creó el juego. 

Lejos de ser un simple pasatiempo, “Trujo” busca que los niños y jóvenes conozcan el legado ancestral boliviano mientras desarrollan destrezas motrices y cognitivas. La dinámica mezcla azar, estrategia y memoria cultural, cada pieza retirada de la torre es una invitación a reconocer la riqueza de Tiwanaku.

Esta ingeniosa reinvención del jenga nació en las aulas de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, de la mano de un grupo de estudiantes del cuarto semestre de la carrera de  Ingeniería Comercial. El equipo está conformado por Mitsue Claudia Adachi Gabriel, Eythan Carlo Anvasi Vargas, Moira Salena Murguia Cruz, Kevin Elian Monrroy Guarachi e Ian Claudio Vidaurre Ocampo.

De los monolitos a la mesa

El diseño del juego incorpora a cuatro de los monolitos más emblemáticos de la cultura Tiwanakota: Bennett, Ponce, Barbado y Fraile. Cada pieza del set representa detalles únicos de estas esculturas, gracias a un proceso de tallado con láser que permitió dar la imagen precisa a los bloques.

Al igual que el jenga, “Trujo” consiste en construir una torre con una cantidad determinada de bloques de madera y, por turnos, retirar un bloque de la torre para colocarlo en la parte superior, aumentando así su altura. El jugador que derribe la torre durante su turno pierde la partida. Se requiere equilibrio, paciencia y destreza manual para lograr la victoria, ya que la torre, a medida que avanza el juego, se vuelve progresivamente más inestable.

Eythan Carlo Anvasi Vargas, integrante del equipo, destaca que el reto fue trasladar el valor simbólico de los monolitos a un juego interactivo. “Cada monolito tiene una característica única y eso lo representamos en nuestras figuras”.

El resultado es una torre compuesta por 48 bloques (12 por cada monolito), que se retiran al azar con la ayuda de dados. La dinámica no solo exige destreza motriz, sino también memoria cultural, pues para ganar puntos adicionales, los jugadores deben identificar correctamente el monolito que les tocó.

Aprender jugando: cultura y pedagogía

El proyecto tiene una clara orientación educativa. Según Anvasi, el objetivo es “enseñar a los niños desde temprana edad sobre nuestra cultura, mientras desarrollan habilidades motrices y cognitivas”.

Los creadores realizaron un estudio de mercado que apuntó especialmente a centros educativos privados, públicos y a niños con dificultades de aprendizaje, como TDA o TDAH. Los docentes de Unifranz los guiaron bajo el concepto de economía naranja, que promueve emprendimientos basados en la creatividad, la cultura y la innovación.

Economía naranja y juego con propósito

La economía naranja, también llamada economía creativa, es un sector en crecimiento que en América Latina representa cerca del 2,2 % del PIB, según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). En Bolivia, iniciativas como Trujo se suman a un ecosistema emprendedor que busca generar valor a partir del patrimonio cultural.

Kevin Elian Monrroy Guarachi subraya que el equipo eligió un juego universal y popular como el jenga porque “es fácil de adaptar y resulta llamativo para todo el mundo”. Sin embargo, la verdadera innovación está en el contenido: un juego que, además de divertir, educa y conecta a nuevas generaciones con sus raíces.

Un futuro con identidad

Más allá del prototipo, los estudiantes proyectan llevar Trujo a colegios, ferias educativas y espacios culturales. Su aspiración es que el juego se convierta en una herramienta pedagógica útil tanto en aulas como en hogares, promoviendo la cultura boliviana desde la infancia.

“Este tipo de proyectos no nacen de la nada”, enfatizan los jóvenes. “Hay un trabajo de investigación cualitativa detrás, que nos permitió identificar la necesidad de un producto cultural que no existía en el mercado”.

En un país donde la riqueza arqueológica y cultural convive con los desafíos de la globalización, iniciativas como Trujo recuerdan que el patrimonio no solo puede conservarse en museos, sino también transmitirse en algo tan cotidiano como un juego de mesa.

Fuente: Estudiantes de cuatro semestre de la carrera de Ingeniería Comercial, Unifranz La Paz.

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