“Tengo una amiga que se arregla siempre con el mismo tipo, diferente peinado, diferente ropa, pero la misma personalidad, yo creo que mi amiga dice lo mismo de mí”, dice Carla, una joven universitaria.
Ésta es una afirmación muy común, más común de lo que parece.
“Muchas de nuestras decisiones tienen que ver con la repetición de modelos que hemos aprendido a través de los primeros vínculos con las figuras parentales y también con la identidad”, señala la psicóloga Eliana Exalto, directora de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
De acuerdo con la profesional, al enamorarnos, idealizamos al otro y ponemos en él o ella todo lo que creemos que nos falta o nos sobra.
“Es decir, hacemos una proyección idealizada de nosotros mismos. También existe la química, pero el amor no puede reducirse a ella, pues en él intervienen factores como la búsqueda del ideal, la necesidad afectiva y la atracción física e intelectual. Esto responde a la teoría de apego”, indica la psicóloga.
La importancia del apego es enorme en el caso de las relaciones de pareja, ya que según sea el estilo de apego se aprende a confiar o desconfiar de los demás, a buscar la intimidad o a evitarla, a cuidar y a ser cuidados, a querer y a ser queridos.
“Esto podrá verse en general en todas nuestras relaciones sociales, pero se hará más patente en las relaciones de pareja”, explica.
Para Exalto, el apego es clave en el desarrollo psicológico y en la formación de su personalidad porque es una necesidad del ser humano, tan importante como el comer o el respirar. La calidad del apego influye en su comportamiento y en su desarrollo futuro de pareja.
La teoría del apego
De acuerdo con la teoría del apego, existen cuatro tipos de apego: el seguro, el ansioso o ambivalente, el evitativo y el desorganizado.
El apego seguro está caracterizado por la incondicionalidad. El niño sabe que su cuidador no va a fallarle. Se siente querido, aceptado y valorado.
“Este tipo de apego depende en gran medida de la constancia del cuidador en proporcionar cuidados y seguridad. Debe tratarse de una persona atenta y preocupada por comunicarse con el recién nacido, no sólo interesada en cubrir las necesidades de limpieza y alimentación del bebé. Desde luego, el inconveniente es que esto supone una entrega casi total de parte del cuidador o cuidadora, lo cual puede resultar complicado para algunas personas”, dice la psicóloga.
El apego ansioso y ambivalente. En psicología, “ambivalente” significa expresar emociones o sentimientos contrapuestos, lo cual, frecuentemente genera angustia. Las emociones más frecuentes en este tipo de apego, son el miedo y la angustia exacerbada ante las separaciones, así como una dificultad para calmarse cuando el cuidador vuelve. Los menores necesitan la aprobación de los cuidadores y vigilan de manera permanente que no los abandonen. Exploran el ambiente de manera poco relajada y procurando no alejarse demasiado de la figura de apego.
“De adultos, el apego ansioso-ambivalente provoca una sensación de temor a que su pareja no les ame o no les desee realmente. Les resulta difícil interaccionar de la manera que les gustaría con las personas, ya que esperan recibir más intimidad o vinculación de la que proporcionan. Un ejemplo de este tipo de apego en los adultos es la dependencia emocional”, agrega.
El apego evitativo. Lo constante han sido conductas de sus cuidadores que no han generado suficiente seguridad, el menor desarrolla una autosuficiencia compulsiva con preferencia por la distancia emocional.
La despreocupación por la separación puede confundirse con seguridad, en distintos estudios se ha mostrado que en realidad estos niños presentan signos fisiológicos asociados al estrés, cuya activación perdura por más tiempo que los niños con un apego seguro. Estos menores viven sintiéndose poco queridos y valorados; muchas veces no expresan ni entienden las emociones de los demás y por lo mismo evitan las relaciones de intimidad.
“En la edad adulta se producen sentimientos de rechazo de la intimidad con otros y de dificultades de relación. Por ejemplo, las parejas de estas personas echan en falta más intimidad en la interacción”, argumenta la profesional.
El apego desorganizado. Es una mezcla entre el apego ansioso y el evitativo. El niño presenta comportamientos contradictorios e inadecuados. Hay quienes lo traducen en una carencia total de apego.
“Evitan la intimidad, no han encontrado una forma de gestionar las emociones que esto les provoca, por lo que se genera un desbordamiento emocional de carácter negativo que impide la expresión de las emociones positivas”, puntualiza.
De adultos, suelen ser personas con alta carga de frustración e ira, no se sienten queridos y parece que rechazan las relaciones, si bien en el fondo son su mayor anhelo. En otros casos, este tipo de apego en adultos puede encontrarse en el fondo de las relaciones conflictivas constantes.
¿Cómo podemos romper el círculo?
Exalto indica que el estilo de relación en el que una persona entra es un aprendizaje, no un instinto, por lo que existe un margen de movimiento que puede ser modificado, rompiendo el círculo.
“Lo que aprendimos se puede desaprender, aprendiendo otra manera de relacionarnos y abriéndonos a características diferentes. Pero repetimos el patrón si no somos conscientes de nuestros miedos e inseguridades o no hacemos nada para afrontarlos”, reflexiona
Finalmente, la psicóloga asegura que se puede vencer ese determinismo y aprender a no tener relaciones que no convengan. Para ello, lo primero es conocerse bien y esto también se puede realizar con el apoyo de un terapeuta.