Floración de tajibos: una oportunidad para el turismo de los paisajes efímeros

Cada invierno, los tajibos florecen en Santa Cruz.

En Santa Cruz de la Sierra, hay un momento del año en que la rutina se detiene y la ciudad se transforma. Las calles, plazas y avenidas se visten de tonos rosados, amarillos y blancos gracias a la floración de los tajibos, árboles emblemáticos del oriente boliviano. Durante unas pocas semanas —en medio del invierno cruceño—, estos árboles ofrecen un espectáculo natural que llena de color el paisaje urbano y despierta en residentes y visitantes una sensación de asombro y pertenencia.

Pero lo que para muchos es simplemente un cambio estacional, para otros representa una oportunidad estratégica. La floración de los tajibos, ese fenómeno visual y emocionalmente impactante, puede convertirse en un atractivo turístico de alto valor si se sabe mirar con otros ojos.

“El florecimiento de los tajibos en Santa Cruz de la Sierra representa mucho más que un evento estacional. Se convierte en una pausa visual y emocional dentro del ritmo agitado de la ciudad”, afirma Javier Rivera, director de la carrera de Administración de Hotelería y Turismo de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz. “Durante unas semanas, avenidas, plazas y barrios se transforman en paisajes casi oníricos. Este cambio inesperado genera un efecto emocional que invita a detenerse, contemplar, caminar y respirar”.

Desde la mirada académica, Rivera explica que este fenómeno puede entenderse como una “heterotopía urbana”, concepto acuñado por el filósofo Michel Foucault. Las heterotopías son espacios dentro de lo cotidiano que rompen con la lógica funcional de la ciudad, creando entornos simbólicos, de contemplación, belleza y significado.

La floración de los tajibos genera justamente ese efecto. La gente se detiene a fotografiar los árboles, comparte imágenes en redes sociales, cambia su rutina para caminar bajo los pétalos caídos. La ciudad, por unos días, se convierte en escenario de una experiencia sensorial colectiva.

Este tipo de experiencias no solo resignifica la relación entre los habitantes y su entorno urbano, sino que también pueden constituirse en productos turísticos genuinos, sostenibles y emocionalmente poderosos. 

“Ver florecer un tajibo no solo es una imagen hermosa: es un acto de pertenencia, una emoción compartida, un símbolo de lo que esta ciudad puede ofrecer”, enfatiza Rivera.

Una estrategia turística con identidad local

Para que la floración de los tajibos se convierta en un fenómeno turístico, el primer paso —según Rivera— es nombrar la temporada, visibilizarla como un evento anual especial y comunicarla con orgullo. 

“Así como en Japón se habla del hanami, en Santa Cruz podemos tener nuestra propia narrativa, una forma de contar que durante ciertas semanas del año, la ciudad florece emocionalmente”, puntualiza.

El potencial es enorme. Desde recorridos guiados en barrios emblemáticos hasta circuitos fotográficos, talleres artísticos al aire libre o ferias gastronómicas bajo los árboles, todo suma para construir una experiencia urbana distinta. “Podemos generar actividades específicas para distintos públicos: adultos mayores, influencers, estudiantes o familias. Lo importante es construir una conexión entre naturaleza, cultura y ciudadanía”, propone Rivera.

Además, este tipo de propuestas contribuyen a sensibilizar a la población sobre el valor paisajístico y emocional de los tajibos. Al convertirse en emblema turístico, también se refuerza su protección, cuidado y puesta en valor dentro de la planificación urbana.

Otras ciudades y sus paisajes efímeros

La idea de construir experiencias turísticas a partir de fenómenos naturales efímeros no es nueva. Existen múltiples casos exitosos alrededor del mundo que demuestran cómo estos eventos pueden mover masas, generar identidad y dinamizar las economías locales.

El ejemplo más conocido es Japón con la floración de los cerezos o sakura. Cada primavera, millones de personas participan del hanami, la contemplación de los árboles en flor, una tradición con siglos de historia. El país ofrece mapas interactivos que predicen el avance de la floración, tours organizados, productos gastronómicos temáticos, festivales y una narrativa cultural profundamente integrada en la vida nacional.

En Colombia, la Feria de las Flores de Medellín se ha convertido en uno de los eventos más importantes del país, tomando como base la floración de orquídeas y especies endémicas. Lo que comenzó como una feria local hoy convoca a miles de turistas nacionales e internacionales con desfiles, eventos culturales y actividades comunitarias.

En Washington D.C., los cerezos donados por Japón en 1912 se han transformado en íconos de la ciudad durante la primavera. El Festival Nacional de los Cerezos en Flor combina actividades culturales, gastronómicas y artísticas, convirtiendo la ciudad en una postal viviente durante varias semanas.

En los Países Bajos, los campos de tulipanes de Keukenhof reciben más de un millón de visitantes cada temporada. Lo que sería solo un fenómeno agrícola se convierte en un destino turístico gracias al diseño de jardines, rutas temáticas, experiencias sensoriales y una planificación centrada en el visitante.

Todos estos casos tienen algo en común: han sabido transformar un evento natural en una heterotopía colectiva, un momento en que el tiempo cotidiano se suspende y el paisaje urbano se resignifica.

Santa Cruz de la Sierra tiene las condiciones necesarias para replicar, con su propio sello, este tipo de estrategia. Lo efímero no es un obstáculo, sino una ventaja. En la economía de la atención y la búsqueda de experiencias auténticas, lo temporal genera un sentido de urgencia y deseo. La gente quiere estar allí, en ese instante irrepetible.

La clave, según Rivera, es integrar la floración de los tajibos en el calendario cultural y turístico de la ciudad. Convertirla en una marca, en una historia que Santa Cruz cuenta al mundo cada año. “Así como celebramos el Carnaval, podemos celebrar la temporada de los tajibos, con arte, música y comunidad”, señala.

Lo efímero puede ser eterno en la memoria si se vive con intensidad. Y pocas cosas generan tanta emoción colectiva como ver florecer un árbol en medio de la ciudad.

En tiempos donde las ciudades buscan diferenciarse, ofrecer experiencias sostenibles y conectar emocionalmente con sus visitantes, la respuesta puede estar en lo simple: un árbol, una flor, una caminata compartida. Santa Cruz ya tiene el paisaje. Ahora le toca convertirlo en destino.

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