Por Manuel Filomeno
“Recuerdo haber sido muy feliz en mi niñez, algo menos en mi adolescencia, mucho menos en mis años en la universidad y aún menos en mi vida adulta”, dice Roberto, un padre de familia de 39 años.
Roberto dice que aún sonríe cuando ve a sus hijos pequeños reírse por nada. “Me contagian su felicidad, pero cada vez me cuesta más sentirme así por mi cuenta” y no es el único caso.
Según el economista británico David G. Blanchflower, de la Universidad de Dartmouth (Estados Unidos), basándose en los datos de medio millón de personas de 132 países diferentes, la felicidad tiene forma de “U” a lo largo de nuestras vidas.
De acuerdo a sus observaciones, los más felices son los niños. Sin embargo, a medida que se va avanzando en edad, también se va siendo más y más infeliz, tocando fondo a los 47 años de edad.
Diversos psicólogos han interpretado estos datos y han llegado a la conclusión de que es en esta edad cuando las personas suelen darse de bruces con la realidad, ya que en ese momento se mira hacia atrás y se evalúa lo que se ha hecho hasta el momento y el futuro que tienen por delante, llevándolos a sentir desasosiego y tristeza.
El estudio devela, sin embargo, que, a partir de ese momento, la tendencia es contraria y las personas son más y más felices a medida que van envejeciendo. Cuando se supera este hito, las personas suelen aceptar con mayor facilidad que las cosas son como son.
“Lo que nos provoca un estado emocional positivo, como lo es la felicidad, en la infancia es muy distinto a lo que la provoca en la adolescencia o adultez. Este cambio está relacionado al cambio en las concepciones sobre el estar o ser feliz”, explica la psicóloga Karina Peñaloza, docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
Peñaloza explica que el concepto de felicidad muta a través de los años y se va, en cierto modo, complicando, haciendo que sea más difícil ser feliz a medida que se madura.
“Es claro que, en la infancia, antes de años de socialización, la felicidad tiene que ver más con estar conectado con lo que le rodea sin más expectativa, tan sólo el hecho de vivenciar lo que está pasando. En la adultez la felicidad suele responder más a concepciones internalizadas a lo largo de la vida durante procesos de socialización en diversos contextos sociales y el sentido de pertenencia desarrollarlo”, explica.
Entonces la noción de felicidad cambia de acuerdo a los contextos que se dan en cada etapa del ciclo vital y de acuerdo a las circunstancias particulares.
Empero, la felicidad no desaparece completamente de nuestras vidas y se la puede encontrar nuevamente al estar, por ejemplo, en contacto con nuestros seres queridos.
“Las relaciones interpersonales son determinantes. Cuando se está en los primeros años de vida, el mundo entero gira alrededor de una figura de referencia, nos hará feliz lo que a esta persona le haga feliz y a ella le hará feliz el vernos felices, reforzando los vínculos que van fortaleciendo el sentido de uno mismo. Ya en la niñez y adolescencia se van incluyendo consensos sociales que mantengan los vínculos que permiten tener un sentido de identidad y la vivencia de pertenencia siempre genera emociones positivas y agradables como la felicidad. En la adultez, las concepciones internalizadas de nuestros contextos sociales pesan incluso más, en muchas ocasiones, que lo que les reporta los vínculos de sus círculos más íntimos. Es por ello que las habilidades para gestionar emociones en la interacción diaria son vitales para cada una de las relaciones personales”, agrega.
De manera inversa, nuestros traumas pueden impedir que sintamos felicidad, explica la psicóloga.
“Uno de los hitos de desarrollo es iniciar, mantener y cultivar relaciones de mayor intimidad en tu círculo más cercano, familia, amigos y depende del clima laboral, en el trabajo. Experimentar suficiente confianza para mostrarse vulnerable y acudir a personas en determinadas circunstancias en las que requieres de ellas. Todo ello se ve, muchas veces destruido, ante un hecho traumático en el que las figuras que deberían ser de soporte, protección y promover tu crecimiento generan un hecho que pone en riesgo o agrede nuestro bienestar. Se ve afectada así la capacidad de mantener vínculos con la necesaria capacidad de intimidad que son necesarias para nuestro desarrollo saludable”, acota.
¿Cómo podemos cultivar la felicidad en nuestras vidas diarias?
“Un aspecto básico para ser feliz es ser autoconsciente sobre lo que nos pasa, un suficiente autoconocimiento reflexivo sobre nuestras circunstancias, necesidades y posibilidades en nuestro entorno, y esto se logra si tenemos desarrolladas habilidades intrapersonales e interpersonales base, lo que se conoce hoy como gestión emocional”, puntualiza Peñaloza.
De acuerdo con la psicóloga, el ser autoconscientes y realizar esa gestión emocional nos puede ayudar a afrontar los hechos de nuestras vidas de mejor manera, sin los prejuicios que no nos permiten desarrollarnos de manera plena.
“El desarrollar, ejercitar y fortalecer habilidades de vinculación con mi entorno, de forma clara y saludable, podría acercarnos a esa meta de cultivar la felicidad o bienestar”, explica.
Por otra parte, la experta indica que la felicidad está muy relacionada con experimentar estados emocionales positivos, y éstos están estrechamente vinculados con el sentido de nosotros mismos, cultivado en vínculos saludables.
“Entonces, fomentar estilos de vinculación saludable basados en la gestión emocional, en diferentes grupos de edad de acuerdo a los retos de cada etapa de socialización sería una forma de cultivar nuestra felicidad. Una práctica útil demostrada es el mindfulness, entre otras que tienen que ver con concepciones de vida compartidas en nuestras sociedades y que van en contra de lo saludable como seres biopsicosociales, entonces el reflexionar sobre éstas con el fin de reconducirlas sería una práctica necesaria”, agrega.
Asimismo, si reconocemos que en los niños vemos estos estados emocionales positivos con más frecuencia e intensidad, la experta recomienda recuperar la capacidad de estar conectado con lo simple.
El estudio de la felicidad está enmarcado en la psicología social y comunitaria, desde donde los profesionales psicólogos ayudan a las personas a encontrar lo que los hace felices.