Entre la juventud y la crisis climatica, Bolivia corre contra el tiempo rumbo al 2050
La Bolivia de 2050 se perfila como un país cruzado por una tensión decisiva: avanza con una base demográfica joven y un territorio privilegiado, pero también enfrenta una vulnerabilidad climática severa y sistemas esenciales al límite. En ese terreno inestable el país define su margen real de futuro.
“Bolivia tiene oportunidades únicas a nivel global. Es uno de los pocos países que seguirá siendo joven en 2050; esa es una fortaleza que no todos los países vecinos vamos a tener en 25 años. Tiene una diversidad excepcional. Pero también tiene desafíos apremiantes y urgentes”, advierte Guillermo Gándara, director de la Red Iberoamericana de Prospectiva (RIBER).
Su afirmación encapsula la paradoja boliviana y abre una pregunta central: ¿cómo responderá el país a presiones que ya transforman su vida cotidiana? Esa capacidad de respuesta, más que sus recursos naturales o su demografía, será lo que determine si Bolivia convierte esta encrucijada en un impulso o en un freno rumbo a 2050.
Entre oportunidades y desafíos apremiantes
Lo señalado por Gándara, fue parte de la presentación del libro “Estado del Futuro 20.0”, publicado por Millennium Project. El informe global alerta sobre los grandes desafíos que definirán la próxima década de la humanidad, desde el cambio climático y las desigualdades económicas hasta la gobernanza de la IA.
Como parte de la prospección del futuro para la región, Gándara identificó varias oportunidades únicas para que Bolivia construya un futuro sostenible y bueno para todos sus habitantes. Entre ellas identificó la juventud y talento de la población, biodiversidad, servicios ambientales estratégicos, potencial en energías renovables, agricultura sostenible, ecoturismo y turismo científico.
“Pero por el otro lado, la otra cara de la moneda, tienen unos desafíos apremiantes. Bolivia es uno de los países con mayor vulnerabilidad al cambio climático. También está el problema del acceso al agua o la brecha educativa”, sostiene el especialista.
Añade que el país tiene serios desafíos para resolver problemas como el del sistema de salud fragmentado, la migración o la transformación digital.
Una juventud que empuja hacia el futuro
Aunque la tendencia de los países es el envejecimiento de su población, Bolivia mantiene una mediana de edad cercana a los 26 años. Es decir, que para 2050, el país aún tendrá una población jóven y en edad de trabajar y crear.
Los resultados del Censo de Población y Vivienda 2024 muestran que la población total del país alcanza a 11.365.333 bolivianas y bolivianos. De ese total 5.682.835 son mujeres y 5.682.498, hombres.
En 2001 la población de 0 a 14 años era del 38,7%, pero en 2024 bajó al 27%. En contraparte, la población en el rango de edad de 15 a 64 años, considerada en edad laboral, aumentó del 56,4% al 65,6%.
De acuerdo al INE, este porcentaje es el que en demografía se considera “bono demográfico”. Este concepto se usa cuando se llega al máximo porcentaje de la población en edad de trabajar, si esta situación se aprovecha con políticas públicas y privadas se puede maximizar el crecimiento económico de un país.
Esta generación -más conectada, diversa y orientada al emprendimiento- podría impulsar sectores como la biotecnología, las energías renovables, la economía digital y el turismo científico, siempre que se fortalezca la educación técnica y se generen oportunidades de empleo de calidad.
Un territorio diverso
Como parte de las oportunidades, a la ventaja demográfica le acompaña el territorio. Bolivia es uno de los 15 países megadiversos del mundo, con ecosistemas que van de la amazonia al altiplano. Sus bosques, cuencas y áreas protegidas aportan servicios ambientales estratégicos, desde la regulación hídrica hasta la captura de carbono.
Según datos oficiales, el país cuenta con más de 23.000 especies de fauna y flora silvestre, que se distribuyen en una gran variedad de ecosistemas, incluyendo 66 de los 112 que tiene el planeta. El país también ocupa el quinto lugar a nivel mundial en riqueza de aves.
Informes internacionales destacan también el enorme potencial solar del altiplano, una ventaja que podría convertir al país en un actor clave en la transición energética regional. Bien administrados, todo estos aspectos podrían transformarse en motores de ingresos sostenibles.
El peso del clima y el agua
Pero la promesa convive con una realidad inquietante, Bolivia es uno de los países con mayor vulnerabilidad al cambio climático. El índice ND-GAIN confirma esta alerta y señala que el país se ubica entre los más expuestos de Sudamérica y con menor capacidad de respuesta. Las muestras de ello no son pocas.
En 2024, Bolivia enfrentó una de las temporadas de incendios más graves.Millones de hectáreas de bosque se vieron afectadas y comunidades enteras sufriendo impactos directos en la salud, economía y seguridad alimentaria.
Asimismo, durante la última década, el país enfrentó temporadas extremas de sequía y lluvia. Los diferentes eventos dañaron cultivos, arrasaron con comunidades y afectaron a poblaciones enteras tanto en el área rural como en las ciudades.
El acceso al agua refleja otra tensión creciente. Aunque las estadísticas nacionales señalan que la cobertura de servicio básico supera el 90%, las cifras esconden diferencias profundas. En comunidades y ciudades hay cortes frecuentes del servicio, problemas de calidad, brechas urbano-rurales y una presión creciente sobre cuencas y acuíferos.
El retroceso de glaciares andinos, fuente fundamental para ciudades como La Paz y El Alto, añade una capa de incertidumbre que podría convertirse en un límite crítico para la habitabilidad y la producción agrícola hacia 2050.
Sistemas fragmentados y una brecha digital que persiste
A los desafíos ambientales se suma un sistema de salud marcado por la fragmentación. La pandemia puso al descubierto un entramado dividido entre subsistemas públicos, privados y de seguro social que no logran articularse, además de la falta de infraestructura y personal.
Esa descoordinación repercute en tiempos de espera, calidad desigual y capacidad limitada para responder a emergencias sanitarias en un contexto donde las enfermedades asociadas al clima serán cada vez más frecuentes.
La transformación digital, otro pilar clave para el desarrollo, avanza de forma desigual. Mientras la juventud impulsa iniciativas tecnológicas y demanda conectividad, amplias zonas del país permanecen con acceso deficiente o inexistente. Esta brecha digital reduce la competitividad productiva, limita la innovación educativa y frena la posibilidad de convertir el talento juvenil en un activo global.
Migración, oportunidades y decisiones pendientes
El fenómeno migratorio añade complejidad. La búsqueda de oportunidades fuera del país, junto con desplazamientos internos por razones climáticas o económicas, amenaza con erosionar el potencial del “bono demográfico”. Las ciudades que reciben población migrante enfrentan presiones sobre vivienda, servicios y empleo, mientras el campo pierde mano de obra joven.
Sin embargo, Gándara insiste en que Bolivia aún tiene margen para actuar: “Las oportunidades están ahí, pero también los desafíos. Lo importante es que tomen decisiones ahora, no cuando ya sea demasiado tarde”. En otras palabras, el país se encuentra en una década decisiva.
Bolivia llega al umbral de 2050 con una mezcla singular de esperanza y riesgo. Su juventud, su diversidad natural y su capacidad energética pueden convertirla en un caso ejemplar de desarrollo sostenible en América Latina. Pero las presiones climáticas, la fragilidad institucional y la desigualdad en el acceso a servicios esenciales podrían cerrar rápidamente esa ventana de oportunidad.
El futuro boliviano no está escrito. Lo que ocurra dependerá de la capacidad de los próximos gobiernos, del sector privado y de la sociedad civil para transformar fortalezas en políticas concretas y para enfrentar debilidades con inversión, planificación y visión de largo plazo.