El poder de la voz estudiantil en la política: una fuerza que transforma sociedades

Jorge López
La voz estudiantil ha marcado la historia como un eco irreverente frente a los poderes establecidos. Desde las primeras manifestaciones universitarias hasta los movimientos globales de hoy, los jóvenes han demostrado que no son meros espectadores del presente, sino protagonistas de cambios profundos. Su energía y capacidad de movilización han derribado muros políticos, cuestionado regímenes y abierto caminos hacia sociedades más justas.
“La fuerza de los movimientos estudiantiles radica en su capacidad de romper con el silencio impuesto por las estructuras de poder. No son voces improvisadas ni discursos pasajeros; representan una construcción colectiva que pone en tensión a toda la sociedad. Cuando los jóvenes hablan, lo hacen con la legitimidad de quienes sienten la urgencia de transformar su presente”, explica Rodrigo Morales, antropólogo y docente de la carrera de Periodismo en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
A lo largo del siglo XX, los estudiantes se convirtieron en un actor político central en todo el mundo. El movimiento de Córdoba en 1918 en Argentina cambió la estructura de la universidad, sembrando un legado de participación y autonomía académica. Décadas después, las movilizaciones en México, Chile y Bolivia enfrentaron dictaduras militares, mientras que en Estados Unidos y Francia la juventud desafió la guerra y el autoritarismo con ideales de libertad e igualdad.
“Los jóvenes son la fuerza impulsora de la innovación, el progreso y el cambio positivo en nuestro mundo. Allí donde las instituciones no logran respuestas inmediatas, ellos irrumpen con propuestas frescas, con creatividad y con una convicción que no teme al fracaso. Esa energía transformadora los ha convertido en protagonistas de los grandes cambios de nuestra era”, resalta, por su parte, Javier Zárate, historiador y docente de la carrera de Periodismo de la Unifranz.
Este 21 de septiembre, Bolivia y Argentina celebran el Día del Estudiante, que nos recuerda la memoria viva de la fuerza juvenil que ha transformado aulas en trincheras y plazas en escenarios de resistencia. Recordar esta fecha implica reconocer que detrás de cada protesta estudiantil existe un llamado a repensar la democracia, la justicia social y los derechos humanos como proyectos colectivos.
“Sin políticas inclusivas que reconozcan la diversidad cultural, social y económica de los jóvenes, cualquier proceso de transformación queda incompleto. La universidad y la escuela no solo deben formar profesionales, sino ciudadanos críticos capaces de cuestionar las estructuras de poder. Allí radica el valor político de la juventud, que no espera un mañana para exigir cambios, sino que actúa hoy”, reflexiona Morales.
Los estudiantes de hoy tienen nuevas prioridades
Hoy, el poder de los estudiantes no se limita a la lucha por la educación o la democracia política, como en el pasado. Sus causas se han ampliado y diversificado, abarcando los grandes desafíos de nuestro tiempo. La crisis climática, por ejemplo, se ha convertido en un terreno donde la voz juvenil es decisiva. Movimientos como Fridays for Future, liderados por estudiantes de secundaria y universitarios, han colocado el medioambiente en el corazón del debate global.
“Los estudiantes están unidos por su diversidad, pero también por su determinación de defender lo que consideran justo. Esa unión los convierte en actores capaces de desafiar viejas estructuras y proponer caminos nuevos. Su capacidad de organización y resistencia es un poderoso mensaje que debería ser escuchado por los responsables de las políticas públicas”, declaró la Organización de las Naciones Unidas para la Educación (UNESCO), tras un diálogo regional sobre juventud y educación.
Ejemplos recientes confirman la vigencia de esa tradición. En Nepal, los estudiantes salieron a las calles en protesta contra la corrupción y la falta de oportunidades, recordando que las transformaciones políticas más importantes de ese país también nacieron en las universidades. Aunque distante, este episodio refleja una verdad universal: cuando la juventud se organiza, el poder político se ve obligado a escuchar, aunque intente resistirse.
“Para que las niñas y las jóvenes puedan prosperar en las carreras de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, es indispensable que tengan acceso seguro y confiable a internet y a las herramientas digitales. Negarles ese acceso no es solo una limitación educativa, sino una forma de desigualdad que condiciona su futuro y reduce sus oportunidades en un mundo que ya es digital”, destacó la Unión Internacional de Telecomunicaciones, UIT.
Inspirar más allá de los campus
Lo singular de la fuerza estudiantil es su capacidad de inspirar más allá de los campus. Cuando miles de jóvenes se movilizan, su voz resuena en familias, barrios y comunidades enteras. Esa energía contagiosa ha hecho que movimientos inicialmente reducidos se conviertan en marchas masivas capaces de presionar a gobiernos e instituciones.
La legitimidad moral que emana de los estudiantes es una de sus armas más poderosas frente a sistemas que buscan desacreditarlos.
“Cuando un grupo estudiantil decide alzar la voz, ya no solo habla por sí mismo, sino que representa esperanzas acumuladas de justicia, derechos y dignidad. Sus palabras interpelan no sólo a los gobernantes, sino a la sociedad en su conjunto, recordándole que el cambio siempre llega desde abajo. Esa es la razón por la que los movimientos estudiantiles incomodan tanto al poder”, afirma el antropólogo.
No obstante, la historia también recuerda que esa voz ha sido constantemente reprimida. Desde la masacre de Tlatelolco en México (1968) hasta la violencia contra universitarios en Birmania o en distintos países latinoamericanos, las autoridades han intentado silenciar a la juventud organizada con represión. Paradójicamente, cada intento de sofocar esas voces confirma su imponente fuerza.
“La juventud, incluso en los contextos más difíciles, nunca ha renunciado a su capacidad de soñar y de actuar. En sociedades fragmentadas y marcadas por la desigualdad, su voz representa un recordatorio de que siempre existen alternativas. Ese poder de imaginar otro futuro es el mayor aporte de los estudiantes a la política y a la vida pública”, concluye Rodrigo Morales.
En un tiempo marcado por la crisis climática, la revolución tecnológica y la desigualdad social, el papel de los estudiantes es decisivo. Conectados globalmente y armados de creatividad, han convertido las aulas y las redes en trincheras de lucha. No son solo el futuro que aguarda, sino el presente que empuja con fuerza. La historia y la actualidad coinciden en una verdad clara: la voz estudiantil, cuando se levanta, es capaz de transformar sociedades enteras.