Al encarar la Agenda 2030, planteada por la Organización de las Naciones Unidas, resaltan los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. Fruto de este incentivo, la economía mundial dio un giro en sus políticas y los compromisos asumidos por los estados. Se refuerzan nuevos sectores no tradicionales y dejan de lado el tradicional enfoque sectorial.
De forma paralela, se disponen una serie de colores que permiten identificar a estos nuevos sectores. Además de ‘pintar’ los emprendimientos, el impulso centra la atención en propuestas renovadoras que se expanden en economías emergentes.
“El año 2015, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) genera una nueva forma de dirigir estos recursos hacia sectores económicos antes no vistos y ahí surge la economía de colores”, explica Gabriela Sanjinez, directora del Instituto de Progreso Económico Empresarial (IPEE), de la Universidad Franz Tamayo.
La economía tradicional ha tenido un enfoque sectorial. Un punto de partida para este cambio de visión es el medio ambiente, tema que se instaló formalmente en la agenda política mundial, tras la Conferencia de la ONU en Estocolmo, Suecia, en 1972.
En 1992 se desarrolló la Cumbre para la Tierra, en Río de Janeiro, Brasil, y fue un punto de partida para la materialización de políticas encaminadas al desarrollo sostenible y el cuidado del medio ambiente.
Ante la necesidad de materializar políticas enfocadas en el desarrollo sostenible y el cuidado del medioambiente surgen los colores de la economía. Su aplicación permite crear ciudades resilientes, por ejemplo, que son aquellas que superan obstáculos o adversidades con planificación. También se caracteriza por encaminar políticas que cubran falencias o permitan generar alternativas de desarrollo.
Sanjinez explica que este sistema económico se aleja de los colores políticos e ideológicos, “es una economía disruptiva. Para generar esa empatía adopta esa estrategia, los ODS están representados por colores”, sostiene la académica de Unifranz.
Los colores de la economía son nueve: el verde, que es la armonía con el medio ambiente, busca mejorar el bienestar humano, luchar contra el cambio climático y otras estrategias que engloban el desarrollo sostenible, cuyo concepto predomina en las políticas públicas de los estados del mundo.
Otro color es el rojo, que hace referencia al consumismo, como el centro de crecimiento económico; lleva a las personas a consumir sin pensar en las consecuencias. La economía azul está centrada en iniciativas que reconocen la importancia de los mares y océanos, como motores de la economía por su gran potencial para la innovación y el crecimiento.
La economía naranja engloba la propiedad intelectual, su terreno es de la creación de ideas y conocimiento, las industrias culturales y creativas, en disciplinas como la arquitectura, la artesanía, las artes audiovisuales, el diseño gráfico e industrial, la moda, la música, los servicios digitales y el software.
La economía negra hace referencia a mercados ilegales y las actividades que son prohibidas, como el tráfico de drogas, terrorismo, crimen organizado, entre otras. La economía gris se refiere a todas las actividades que son legales, pero están ocultas ante el Estado, evitan el pago de impuestos y la revisión fiscal.
La economía amarilla se centra en la tecnología y la ciencia, su finalidad es optimizar la competitividad de las empresas y mejorar la capacidad de invención de nuevos productos que impacten de forma positiva en la sociedad y no en la utilización de tecnología para abaratar costes.
También existe la economía plateada, vinculada al cambio demográfico por el envejecimiento de la población, cuyo enfoque se centra en las necesidades y demandas de los adultos mayores.
Sanjinez valora las economías positivas. En esa línea, el IPEE perfila su trabajo en torno a esta estrategia y su base son los cuatro primeros colores referidos, además de la directriz transversal del clima de inversiones y empresarial.
“Nuestras investigaciones tienen que estar vinculadas y tienen que ir a apoyar a este sector empresarial y emprendedor, que no solo se queden en las bibliotecas”, enfatiza la directora del IPEE.
Sanjinez explica que el IPEE impulsa la economía naranja en Cochabamba por el carácter creativo e innovador de los emprendedores. Esta institución, que fue creada en 2021, integra al sector productivo empresarial del departamento, que tiene la característica de ser resiliente, ante la reducción de empresas que se vieron obligadas a migrar a otras regiones.
“Hemos empezado a enfocarnos en generar este tipo de economía creativa, por eso el censo de economía naranja, queremos no solamente visualizarlos estadísticamente, si no, a partir de esta generación de datos, vamos a integrarlos, porque juntos podemos hacer más cosas”, enfatiza la académica de Unifranz.
Censo IPEE
Gran parte de los encuestados son jóvenes. El relevamiento inicial, de 2022, se hizo en 1.060 empresas de Tunari, Adela Zamudio y Molle; este año se culminó con Alejo Calatayud, Valle Hermoso, Itocta y Tamborada.
El estudio tiene como base varios estudios de años anteriores que hizo el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que ha conceptualizado varios sectores. En la clasificación del IPEE están arte y patrimonio; industrias no convencionales; creaciones funcionales nuevos medios y software, y áreas de soporte a la creatividad.
Agrega que en arte y patrimonio están el turismo y gastronomía; hay artes visuales, escénicas, además de escritores y editoriales que en varios casos son independientes.
En cuanto a las creaciones funcionales, en medios y softwares, están las empresas tecnológicas de Cochabamba; “también tenemos a los freelancers que hacen el trabajo desde sus casas, pero están exportando”, sostiene Sanjinez.
Los creadores de contenido, como casters, influencers o streamers, también forman parte de la economía creativa. “El concepto de esta economía de colores es que sean industrias sin chimenea”, afirma la entrevistada.
Una de las características de la economía de colores es que varios países desarrollaron instrumentos de apalancamiento, es así que surgen los bonos temáticos, que, además de generar un retorno económico para los inversionistas, la expectativa es crear un impacto positivo para el desarrollo sostenible.