Cuando la basura enciende la luz, estudiantes prototipan bioceldas que generan energía limpia
Cada año, en Bolivia se generan alrededor de 1,7 millones de toneladas de basura y el 67% proviene de las ciudades de Santa Cruz, El Alto y La Paz. Sin una recolección y tratamiento efectivos, la gran cantidad de residuos se van convirtiendo en una bomba de tiempo. Pero donde unos ven una crisis, los jóvenes ven una oportunidad.
Con el fin de encontrar una posible solución, un grupo de estudiantes de la Universidad Franz Tamayo diseñó y prototipó una biocelda capaz de generar energía a través de residuos orgánicos y bacterias. La pieza es un laboratorio vivo de energía limpia.
“Hemos identificado dos problemas, uno la basura, pero también la falta de energía, especialmente en las áreas dispersas. Parecen dos problemas separados, pero pueden tener una sola solución: las bioceldas. Podemos entenderlas como una batería viviente”, explica Nyah Leigue Canedo, estudiante de Unifranz.
El equipo estuvo compuesto por David Uruchi Condori (Unifranz), Milenka Chuquimia Osco (Unifranz), Carlos Ramos Machicado (Unifranz) y Nyah Leigue Canedo (Unifranz). Su proyecto fue uno de los seis prototipos desarrollados en el Workshop Fab Lab del Futures Week 2025.
El evento, desarrollado entre el 10 y el 13 de noviembre, en La Paz, fue organizado por Unifranz, con el apoyo de The Millennium Project, la Red Iberoamericana de Prospectiva (RIBER) y 2030 Construyendo Futuros. Durante cuatro días, seis equipos multidisciplinarios desarrollan prototipos y soluciones digitales, bajo metodologías de diseño, prototipado y experimentación.
El problema de la basura
Cada día, toneladas de restos de comida y desechos biodegradables terminan en vertederos saturados, filtrándose en el suelo, contaminando el agua y liberando gases de efecto invernadero que se escapan hacia la atmósfera.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2023, se recolectaron 1.659.461 toneladas de residuos sólidos en las nueve ciudades capitales de Bolivia, más El Alto. Santa Cruz concentró el mayor volumen, con un 36% del total nacional.
A la capital oriental le siguió El Alto con el 17% de la basura y La Paz con el 13%. Las demás ciudades aportaron el porcentaje restante, destacando que localidades como Trinidad y Cobija solo representaron un 3% del conjunto total.
Se estima que el 85% corresponde a la basura domiciliaria, el 10% a los mercados, el 1% a los diferentes espacios públicos, un 3% a fuentes diversas como industrias y mataderos, y apenas el 0,43% de centros hospitalarios. Es decir, los principales generadores son los hogares y las actividades comerciales de alto tráfico.
“Además de ello, en varias zonas periurbanas hay problemas con la recolección. Muchos de los desechos acaban siendo quemados o echados a los lechos de ríos generando un problema de contaminación serio”, explica la estudiante Milenka Chuquimia Osco.
Una batería viva
“Lo que hoy tiramos podría encender mañana una luz”, explican los integrantes del equipo.
La propuesta suena tan audaz como necesaria: generar electricidad a partir de los mismos residuos que contaminan la ciudad. El reto se duplica cuando uno de los requisitos es utilizar tecnología inspirada en los procesos biológicos más básicos del planeta.
El corazón del proyecto es una biocelda de combustible microbiana, un pequeño laboratorio vivo donde bacterias anaeróbicas trabajan sin descanso. En su cámara anódica, estos microorganismos oxidan el material orgánico -como restos de comida o aguas residuales- liberando electrones que viajan hacia un ánodo especialmente diseñado para captarlos con la mayor eficiencia posible.
“Es una combinación de agua, residuos orgánicos y bacterias. Todo junto crea un mini ecosistema que transforma la basura en energía”, explica el universitario Carlos Ramos Machicado. Se usó hilo de cobre, carbón, soda cáustica y hierro.
Separada por una membrana de intercambio de protones, la cámara catódica asegura que el oxígeno no interfiera, permitiendo que los electrones completen su recorrido en un circuito externo donde se genera la electricidad.
El sistema incorpora sensores de pH y temperatura que monitorean en tiempo real la salud del proceso biológico. Un monitor digital permite a los usuarios observar cómo varían los parámetros y la energía producida.
El diseño de los electrodos optimiza el rendimiento, mostrando cuánto puede aprovecharse un residuo común cuando se canaliza de forma inteligente. En conjunto, este pequeño dispositivo demuestra algo extraordinario: que la basura puede iluminar, enseñar y limpiar.
Mucho más que un experimento
El prototipo no está pensado solo para laboratorios. Uno de los requisitos para su desarrollo es que pueda ser factible. Por eso el diseño fue hecho como una caja portátil que pueda ser llevada a escuelas, barrios y centros comunitarios.
Su funcionamiento continuo permite que investigadores locales calibren mejoras, generando conocimiento propio y fortaleciendo capacidades en ingeniería ambiental. Los estudiantes ven una oportunidad para impulsar programas piloto que combinen la gestión de residuos con resultados energéticos medibles, reduciendo la huella ecológica urbana.
Quizá, en un futuro no tan lejano, las luces que iluminan nuestros pasos nacerán de aquello que hoy dejamos en la basura.