Por Jorge López
El abuso sexual infantil es uno de los crímenes más alarmantes y devastadores que puede afectar a una sociedad. Si bien se habla comúnmente de «pedofilia» como término, lo cierto es que esta conducta ilícita abarca una realidad más profunda que podría involucrar factores psicológicos y sociales. Abordar este fenómeno es crucial no sólo para entender sus causas, sino para prevenirlo y proteger a los más vulnerables.
«La pedofilia es una forma de parafilia y se considera un trastorno, mientras que la pederastia se define como el abuso sexual con niños. Es importante distinguir entre estos términos para entender la gravedad de las acciones involucradas”, señala Carmen Aguilera Alarcón, docente de la carrera de Psicología, en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
Los factores psicológicos juegan un papel crucial en el desarrollo de tendencias pedófilas. La profesional psicóloga explica, en primer lugar, que es fundamental considerar los criterios diagnósticos establecidos para identificar estos comportamientos.
«Todo delito que vaya contra la libertad sexual de las personas menores de edad se considera pedofilia, y las sanciones, aunque varían, pueden llegar hasta los 15 o 18 años de condena», explica, por su parte, Alberto Salamanca, director de la carrera de Derecho, también en Unifranz.
Padres e hijos deben comprender las implicaciones legales de estas conductas. Los actos de abuso no solo generan un trauma irreparable en las víctimas, sino que también acarrean consecuencias penales para los perpetradores. En la mayoría de los sistemas judiciales, los delitos sexuales contra menores se consideran agravados y resultan en severas condenas.
La influencia del entorno y la cultura
El entorno social en el que una persona se desarrolla influye de manera significativa en su comportamiento, y en el caso de las conductas de abuso, las influencias sociales tienen un peso considerable. Aunque la atracción ilícita hacia menores es un trastorno psicológico, el contexto cultural puede crear condiciones que faciliten su aparición.
«Los factores medioambientales, como el estrés, pueden actuar como predisponentes, incrementando los impulsos sexuales y llevando a situaciones extremas, incluyendo el abuso sexual. Estos factores deben ser considerados en el análisis de la conducta delictiva”, añade Aguilera.
La desintegración familiar es uno de los primeros factores a considerar. Las familias marcadas por conflictos intensos, abuso emocional o negligencia tienden a formar individuos con dificultades emocionales, lo que puede distorsionar sus ideas sobre las relaciones afectivas y sexuales. En estos entornos, los menores crecen sin referencias claras de lo que constituye una relación sana, lo que aumenta la posibilidad de que se repitan patrones dañinos en el futuro.
«La historia familiar juega un papel crucial en la predisposición a comportamientos sexuales inapropiados, especialmente si el individuo ha sido víctima de abusos en su infancia. Este ciclo de abuso puede perpetuarse si no se aborda adecuadamente”, informa la psicóloga.
Protección y consecuencias
La legislación en torno a los delitos sexuales contra menores es uno de los pilares fundamentales para combatir este problema. En muchos países, los códigos penales han endurecido las penas por delitos de abuso infantil y distribución de material pornográfico que involucra menores.
«La Constitución Política del Estado protege toda forma de conducta violenta contra las personas, y en este caso contra la niñez y adolescencia, además de leyes como el Código Penal y el Código Niño, Niña y Adolescente que establecen la protección contra este tipo de conductas», comenta Salamanca.
Esta realidad legal debe estar presente en las conversaciones familiares, ya que comprender el peso de las consecuencias puede ser un factor disuasorio. Muchos países están promoviendo leyes para mejorar la supervisión del entorno digital y reforzar la responsabilidad de las plataformas en línea.
«Si trabajamos desde la base, en la educación con valores y principios, vamos a tener menos delitos. Sin embargo, al ver que personas que cometen abusos no reciben sanción, como sucede con figuras públicas, mandamos un mensaje equivocado, ya que no solo hacemos publicidad de un delito, sino que no lo condenamos», explica Salamanca.
Prevención desde la familia y la comunidad
La prevención de estos comportamientos comienza desde el hogar y se extiende a la comunidad. Aunque las leyes son un elemento esencial, es el entorno familiar el que puede desempeñar el papel más activo en la protección de los menores a través de:
- Fomentar el diálogo abierto: los padres deben crear un ambiente donde los niños puedan hablar abiertamente sobre temas de sexualidad y relaciones. Esto no solo les permitirá entender mejor lo que es una relación saludable, sino que también los empodera para reconocer y rechazar comportamientos inapropiados.
- Establecer límites claros: los niños deben saber qué tipo de contacto físico o emocional es inapropiado, tanto con adultos como con otros niños, para que puedan identificar y evitar posibles situaciones de riesgo.
- Supervisión del entorno digital: los padres deben estar al tanto de las redes sociales y aplicaciones que utilizan sus hijos, y deben fomentar un uso responsable y seguro de la tecnología.
- Crear espacios de confianza: los niños y adolescentes que se sienten escuchados y valorados en su entorno familiar tienen menos probabilidades de ser manipulados o explotados.
- Educación sexual integral: una formación sexual clara y adaptada a la edad de los niños es fundamental para que puedan entender los límites y el respeto en las relaciones.
«Es fundamental brindar una educación sexual integral y científica para que los menores puedan reconocer conductas que los hacen sentir incómodos. Esta educación es esencial no solo para la prevención del abuso, sino también para empoderar a los jóvenes a denunciar situaciones de riesgo”, concluye Carmen Aguilera.
La lucha contra este tipo de delitos exige una sociedad informada, leyes firmes y, sobre todo, un compromiso colectivo para proteger a la niñez. Cada conversación abierta, cada medida preventiva y cada acción informada puede marcar la diferencia en la vida de un niño, alejándose de los peligros del abuso y permitiéndole crecer en un entorno de seguridad y respeto.