Proyectar futuros positivos: un elemento esencial para el progreso de la humanidad

Pensar en el mañana se ha vuelto más que un ejercicio intelectual: es una necesidad urgente. Imaginar futuros positivos no solo moviliza a las sociedades hacia escenarios posibles y deseables, sino que también constituye una herramienta clave para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) propuestos por las Naciones Unidas. Proyectar el porvenir, con visión estratégica y compromiso colectivo, es una vía concreta para enfrentar los retos actuales y construir sociedades más justas, resilientes y sostenibles.

“Nos permite anticiparnos a los cambios, comprender las tendencias emergentes y diseñar estrategias que aseguren un desarrollo sostenible e inclusivo. En un mundo en constante transformación, la prospectiva no es un ejercicio especulativo, sino una herramienta esencial para la toma de decisiones informadas y la construcción de escenarios que orienten políticas, inversiones y acciones educativas hacia un porvenir deseado”, sostiene Verónica Ágreda, rectora de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, y presidenta del Nodo Bolivia de The Millennium Project.

De acuerdo con un reciente artículo del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), la historia demuestra que los grandes avances sociales y económicos han surgido de visiones esperanzadoras. 

“La reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial o la transformación de Singapur son ejemplos de cómo imaginar un futuro positivo puede catalizar cambios profundos. En este sentido, la esperanza no debe entenderse como ingenuidad, sino como una estrategia orientada a la acción”, señala el artículo.

Desde la filosofía, Ernst Bloch definía la esperanza como una “conciencia anticipatoria” capaz de conectar el presente con las posibilidades futuras. Gabriel Marcel la interpretaba como un acto de confianza que fomenta la solidaridad en tiempos difíciles. Incluso pensadores como Nietzsche y Hannah Arendt identificaron en ella una capacidad para generar nuevos valores y abrir caminos hacia la libertad. Más recientemente, Byung-Chul Han distingue entre el optimismo pasivo y la esperanza activa; esta última impulsa transformaciones reales.

“Estas perspectivas confluyen en una idea poderosa: la esperanza, cuando es activa y colectiva, puede reconfigurar realidades. Y en el marco de los ODS, se convierte en una aliada fundamental para movilizar a gobiernos, organizaciones y ciudadanía en la construcción de un futuro más equitativo”, agrega el WEF.

Desde la psicología y las neurociencias, diversos estudios han confirmado que pensar en un futuro positivo mejora el bienestar individual, fortalece la resiliencia y mejora la toma de decisiones. Un estudio de 2010 demostró que el pensamiento optimista reduce el estrés, mientras que investigaciones de 2016 y 2023 revelaron que imaginar escenarios favorables activa sistemas cerebrales vinculados a la recompensa y eleva el compromiso académico.

Además, se ha demostrado que el cerebro humano tiene una predisposición natural a imaginar eventos positivos, activando áreas como la corteza prefrontal medial —vinculada directamente al bienestar emocional—. Estas evidencias refuerzan la idea de que proyectar un futuro deseable no sólo inspira a nivel colectivo, sino que también mejora la salud mental y la motivación en el plano individual.

Aplicaciones prácticas: pensar para actuar

Las simulaciones de futuros son herramientas utilizadas hoy por gobiernos, empresas y centros educativos para anticiparse a los desafíos. Si bien imaginar escenarios positivos ayuda a identificar oportunidades y recursos, también es esencial considerar los negativos para prever riesgos y diseñar respuestas resilientes. Este enfoque mixto —racional y emocional— permite elaborar políticas más integrales, programas educativos más pertinentes y estrategias de innovación más inclusivas.

La visión prospectiva encuentra en los Objetivos de Desarrollo Sostenible un marco ideal para operar. La Agenda 2030 impulsa acciones en ámbitos como la igualdad de género, la erradicación de la pobreza, la educación de calidad, la acción climática y la paz. Imaginar cómo se cumplirán estos objetivos, diseñar caminos realistas hacia ellos y movilizar recursos para concretarlos, es parte de la labor de todos los actores sociales.

Ágreda lo expresa claramente: “Proyectar el futuro es un acto de responsabilidad y compromiso. No podemos esperar que el mundo cambie por sí solo; debemos imaginarlo, diseñarlo y construirlo desde hoy”.

En este contexto, la educación se posiciona como un eje estratégico para cerrar brechas estructurales —económicas, de género y étnicas—, al tiempo que incorpora las innovaciones tecnológicas necesarias para garantizar un aprendizaje inclusivo y de calidad. Pensar en la educación del año 2050 no es anticiparse de forma prematura, sino preparar a los futuros profesionales que deberán tomar decisiones clave en un mundo cada vez más incierto.

“La prospectiva estratégica es clave en la construcción de un mejor mañana. A través del Nodo Bolivia del Millennium Project, promovemos la reflexión colectiva sobre los futuros posibles. La importancia de proyectar el futuro radica en nuestra capacidad de diseñarlo, de soñar y, sobre todo, de actuar en el presente para construirlo”, añade Ágreda, quien también lidera la Red Iberoamericana de Prospectiva (RIBER).

Cinco razones para adoptar futuros positivos

El WEF señala que existen al menos cinco razones por las cuales pensar en futuros positivos nos permite progresar:

  1. Generan esperanza y motivación para la acción. A diferencia de las narrativas negativas que inmovilizan, los escenarios positivos inspiran y empoderan.
  2. Fomentan la responsabilidad intergeneracional. Visiones deseables promueven un legado sostenible que beneficia a las futuras generaciones.
  3. Estimulan la innovación y la creatividad. Ampliar las posibilidades impulsa la aparición de soluciones disruptivas.
  4. Equilibran riesgos y oportunidades. Integrar ambos enfoques ayuda a formular respuestas más completas y resilientes.
  5. Unifican visiones colectivas. Narrativas compartidas promueven la cohesión y reducen conflictos, facilitando la cooperación entre sectores.

“Estamos viviendo una época de grandes transformaciones económicas, sociales, políticas y medioambientales. Estas temáticas son clave al momento de formar a los futuros profesionales, quienes tomarán decisiones y diseñarán políticas que definirán el rumbo de nuestras sociedades”, concluye Ágreda.

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