Inclusión o exclusión: el reto de reconocer la diversidad sexual en la educación boliviana

By Paula Beatriz Cahuasa

Imagen Unifranz

Por Jorge López

En Bolivia, ser joven y diverso sigue siendo un acto de resistencia. A pesar de avances normativos, las escuelas y universidades continúan fallando en algo esencial: reconocer que las personas LGBTIQ+ existen, sienten, estudian, aman y sufren. En vez de educar en libertad, se impone el silencio. En vez de inclusión, se aprende a sobrevivir en la sombra.

“Los efectos emocionales de la exclusión en los espacios educativos pueden generar cuadros de ansiedad, depresión o baja autoestima en los adolescentes. Sentirse invisible o rechazado en el aula afecta directamente el desarrollo integral del estudiante”, advierte Carmen Aguilera Alarcón, docente de la carrera de Psicología en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

En muchas aulas bolivianas, según la psicóloga, lo diverso sigue siendo ignorado. La orientación sexual se evita en las clases de valores, la identidad de género se omite de los contenidos curriculares, y el respeto por los derechos LGBTIQ+ se reduce a campañas aisladas. No hay protocolos frente al acoso, ni formación docente que aborde estos temas con sensibilidad real

Para Rodrigo Morales, antropólogo y docente en la carrera de Periodismo, también en Unifranz, “la exclusión por orientación sexual e identidad de género dentro del aula reproduce una estructura de silenciamiento. No nombrar lo diverso es también una forma de violencia simbólica, pues se construyen espacios donde solo ciertas formas de existir son reconocidas”.

Los pasillos del colegio pueden convertirse en campos minados. Cada mirada, cada apodo, cada burla son recordatorios de que existe una “normalidad” impuesta. Muchos jóvenes LGBTIQ+ aprenden desde temprano a callar, a camuflarse, a vestirse distinto, a hablar distinto. No lo hacen por elección, sino por una defensa íntima: el deseo de no ser heridos.

“La exclusión escolar por motivos de orientación sexual o identidad de género no solo vulnera derechos, sino que puede llevar al aislamiento, al abandono escolar o incluso al suicidio adolescente. Por eso es urgente trabajar desde la empatía y el conocimiento”, alerta la profesional en psicología.

Cada 28 de junio se conmemora el Día Internacional del Orgullo LGBTIQ+. Se recuerda la revuelta de Stonewall en 1969, pero también a quienes nunca pudieron vivir su identidad en libertad. Es una fecha para exigir derechos, pero también para mirar hacia dentro: ¿cómo se vive esta jornada en las aulas bolivianas? En la mayoría, simplemente no se vive.

“El sistema educativo ha mantenido una visión conservadora que transforma la diversidad sexual en un tema incómodo. El resultado es un currículo que invisibiliza, un aula que censura y una cultura escolar que transmite que ser diferente es un error”, critica Morales.

Cuando lo diverso es negado, no solo se excluye a quienes lo encarnan: se empobrece la educación misma. No es posible hablar de ciudadanía sin hablar de derechos. No se puede formar estudiantes críticos si no se cuestionan las normas que marginan. Una educación que no reconoce todas las identidades, fracasa en su promesa de justicia y equidad.

“Las aulas no pueden seguir siendo espacios donde el silencio sobre la diversidad sexual se justifique como prudencia. Educar también es nombrar lo que incomoda, visibilizar lo que duele y proteger lo que históricamente ha sido silenciado”, afirma Aguilera.

Aún hoy, en pleno siglo XXI, hay colegios donde se obliga a niños trans a usar uniforme según su sexo asignado, donde las parejas del mismo sexo no pueden tomarse de la mano y donde los docentes evitan “meterse en problemas” si un estudiante sufre bullying homofóbico. La neutralidad frente a la discriminación no es imparcialidad: es complicidad.

“No se trata de imponer una ideología, sino de garantizar derechos. El aula debe ser el primer espacio donde se respete la dignidad humana en todas sus formas. Negar la diversidad sexual en los contenidos es perpetuar un modelo educativo excluyente y autoritario”, sostiene por su parte Morales.

La transformación educativa no comienza con decretos. Comienza con pequeños gestos: permitir que alguien diga su nombre, usar su pronombre o escuchar su historia sin juzgar. Cada acto de reconocimiento es una semilla. Y cada vez que un estudiante es llamado por quien verdaderamente es, se construye una educación más humana, más real, más valiente.

“El currículo no puede seguir omitiendo los derechos LGBTIQ+. Incluir esta temática no es adoctrinar: es educar para la vida, para la empatía, para la igualdad. Negarlo es permitir que el prejuicio siga siendo parte del contenido oculto de nuestras escuelas”, concluye Carmen Aguilera.

Las aulas, según la académica de Unifranz, deben dejar de ser lugares donde se enseña a encajar. Deben convertirse en espacios donde se aprende a ser. Donde nadie tenga que elegir entre estudiar o ser quien es. Donde la diversidad sexual no sea un problema a tolerar, sino una riqueza a abrazar, porque enseñar sin reconocer al otro no es enseñar, es imponer.

“Una educación verdaderamente inclusiva implica construir un entorno donde todas las personas puedan existir sin miedo. Y eso solo es posible cuando lo diverso se integra, no como excepción, sino como parte fundamental del proceso pedagógico”, concluye Rodrigo Morales.

Finalmente, el antropólogo reflexiona que cerrar los ojos ante la diversidad sexual en las aulas no borra su existencia, solo agrava el dolor de quienes deben esconderse para poder aprender. 

La educación no puede seguir formando estudiantes para un mundo que no los reconoce. El verdadero cambio llegará cuando cada joven LGBTIQ+ entre a un aula sin miedo, sabiendo que será visto, escuchado y respetado tal como es.

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Paula Beatriz Cahuasa

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